Publicado en ecofin.es el 15/12/2014
Tener algo que decir y transmitirlo de manera seductora. Eso es un orador: lo que hoy en día se denomina más comúnmente un conferenciante (conferencista en Hispanoamérica). Algunos detallan que existen personas que cuentan con conocimientos y otras con glamour. Conferenciante es quien logra sumar armónicamente los dos componentes.
España cuenta con una larga tradición de oradores. Algunos en el ámbito político y otros en el cultural. Castelar, Cánovas, Gómez de la Serna, Unamuno, Fernández Flórez… son nombres que acuden a la pluma si de nuestro país se habla. ¿Cómo olvidar –desde el específico punto de vista del control de la oratoria- a Kennedy, Luther King, Hitler o Fidel Castro?
Contar con buenos conferenciantes es esencial en cualquier organización sea pública o privada. Los oradores catalizan sentimientos, aspiraciones, conocimientos… Un buen conferenciante cambia radicalmente el tono de un grupo humano. Si además de ser técnicamente bueno, transmite ideas relevantes, se trata de alguien insustituible. ¿Cómo olvidar la gran influencia en la República romana de la estirpe de los cicerones o de un Julio César?
En España existe en la actualidad una extraordinaria escuela de oradores que muchas veces son más valorados fuera que dentro de nuestras fronteras. Quizá por esa obsesión en la que muchas veces viven los latinos por el mito de considerar que lo pronunciado en inglés tiene más valor que lo formulado en español. (Los mitos suponen el triunfo de la credulidad sobre la ciencia, sobre los hechos o sobre la realidad).
Hace algunos años, Marcos Urarte, en un ensayo que llevaba por título ‘Claves para ser un buen speaker’ (diciembre de 2011), y que fue publicado en la revista de comunicación del grupo Wolters Kluwer afirmaba que él diferenciaba entre conferenciantes y comunicadores. De los segundos señalaba “la capacidad de conectar con los asistentes, manejando un voluntario accesible, entendible y cercano”. Entre éstos, mencionaba a profesionales como José Aguilar, Xavier Orozco, Jaime Tomás, Eduardo Punset o Antxón Arza. Puede añadirse a otros como Enrique Sueiro, Ignacio Bernabé, Eugenio de Andrés, Pilar Gómez-Acebo, Carlos Rodríguez Braun, Fernando Trías de Bes, Helena López Casares, Alex Rovira, Luis María Huete, Ofelia Santiago o el prematuramente fallecido Enrique Alcat.
Para ser calificado en sentido estricto como conferenciante, Marcos Urarte situaba muy alto el listón. Escribía que debían disponer de una consolidada formación científica, humanista e histórica; poseer una gran cultura; crear pensamiento sin limitarse a resumir el de otros; dominar el idioma y los recursos para atraer el interés de quienes escuchan; transmitir conocimientos con un grado de profundidad que a veces está al alcance de pocas personas pero logrando hacerlos atractivos a una mayoría.
Urarte concluía con contundencia que Javier Fernández Aguado era el único español que él mencionaría en esa categoría. Efectivamente, Fernández Aguado es para muchos referente esencial. Escuchar una de sus conferencias, independientemente de las amplísimas temáticas que aborda gracias a su ingente cultura, es apasionante. No en vano ha sido calificado en múltiples ocasiones como un hombre del renacimiento. Francisco Alcaide (autor del ‘who’s who’ en el management español) lo definía como un astronauta que a la vez fuese arqueólogo. No por casualidad es el único pensador europeo contemporáneo en plena actividad sobre el que se ha realizado un simposio internacional para analizar su pensamiento.
El propio Marcos Urarte es un destacado orador. También José Aguilar entra de lleno en la categoría ya no sólo de comunicador, sino también de conferenciante. Y también pueden incluirse en esta acepción a Eduardo Punset, a Fernando Savater o a Ángel Gabilondo.
Un orador no lee un texto, ni emplea un power point; un orador controla una materia y es capaz de cautivar a los demás tanto en forma como en fondo. Un verdadero conferenciante cuenta con un carisma que le diferencia radicalmente de un mero comunicador o de lo que hoy en día denominan un ‘facilitador’.
La recuperación económica de España contribuirá también a que florezca de nuevo el apasionante arte de la oratoria. Está comenzando a suceder en el ámbito de la empresa y la economía, también en la divulgación científica. Ojalá esta corriente llegue también a los políticos. Quienes gobiernan un país deben poner particular empeño en ser técnicamente competentes. No deberían, sin embargo, olvidar que los colectivos precisan de ilusión compartida. Y casi siempre ese entusiasmo colectivo se logra con buena oratoria.
La oratoria no sería buena si quedase en mera técnica. ¿Quién desearía volver a escuchar a nefastos personajes como Stalin, Legrelle, Castro o Chaves? Gusta que nos comuniquen ideas motivadoras no sólo por la forma en que son expresadas, sino por el fondo que transmiten.
Cabe preguntarse si nuestros políticos no deberían contratar como coachs a Fernández Aguado, a Urarte o a Aguilar (entre otros conspicuos oradores) para que esos profesionales llenos de contenido les preparasen en forma y fondo para ese imprescindible trabajo que es contar con ideas técnica y éticamente valiosas y capacidad para transmitirlas adecuadamente. Porque la clave de un buen orador no es impedir reflexionar –como afirmaba Hitler-, sino ayudar a los demás a pensar. Es la gran diferencia entre un líder y un manipulador. De los segundos está sobrada la política actual; de los primeros anda escasa.
Como su nombre indica, aunque las finanzas serán un aspecto fundamental a tratar, también dedicaré espacio a mis aficiones -ciclismo- o críticas a los lugares que visite.
viernes, 19 de diciembre de 2014
jueves, 2 de octubre de 2014
Libro Gestión de Tesorería
Ya tenemos en papel el último libro que hemos escrito: Gestión de Tesorería. Cash Management.
Muy contento y agradecido a los responsable de FC Editorial, donde se ha publicado, por su profesionalidad y rapidez, así como a Mario Cantalapiedra, gran amigo, autor del magnífico prólogo del manual.
Dirigido a responsables financieros de pequeñas y medianas organizaciones, así como a cualquier interesado en mejorar la gestión monetaria de sus empresas, el texto que tiene entre sus manos se convierte en un auténtico manual en el que, de forma clara y sencilla, se ofrecen consejos y recetas prácticas que pueden ayudar a que una tarea a la que tradicionalmente se le dedica poco tiempo o ningún esfuerzo, salvo en grandes corporaciones, como es la Gestión de Tesorería, se convierta en una labor que genere valor (dinero) para el empresario.
Por ese carácter práctico, pero que a la vez descansa en los fundamentos teóricos más recientes, es igualmente recomendable para estudiantes de grado y posgrado que cursen Dirección Financiera, Finanzas Corporativas, Gestión Financiera o Fundamentos de Administración Financiera de la Empresa. En general, cualquier asignatura en la que en su programa se trate la Gestión de Tesorería como algo sustancial e importante.
El contenido no sólo se centra en los objetivos que debe perseguir el responsable del dinero en la empresa, sino que también aborda la gestión diaria (previsional y de control) que debe realizarse; la negociación con las entidades financieras, los bancos, de importancia capital para un buen desempeño en esta área; o cuestiones igualmente importantes como la informatización del trabajo del financiero o las bondades que puede aportar una gestión centralizada de las cuentas bancarias son otras cuestiones que también aborda de forma sencilla este texto.
El día a día del responsable de los flujos monetarios de las empresas se encuentra perfectamente explicado en este libro. Útil tanto para Tesoreros como para responsables, entre otras tareas, del movimiento monetario de pequeños negocios, en el mismo se aborda todas las tareas que se espera realicen: desde la negociación con las entidades financieras, en las que hay que saber “vender” los puntos fuertes de nuestra empresa, pasando por la gestión diaria de excedentes o déficit de nuestros recursos líquidos, así como, en su caso, la gestión de los riesgos financiero, que igualmente deben ser objeto de atención por parte de ese responsable.
Más información: FC Editorial
miércoles, 30 de julio de 2014
De Consejos y Consejos
Publicado en Sector Ejecutivo en Julio/Agosto 2014
Entre los órganos de gobierno de prácticamente todo tipo
de empresas se encuentra el Consejo de Administración, ampliamente conocido por
todos y con sus objetivos y funcionamiento perfectamente delimitados.
En estas líneas, sin embargo, nos vamos a centrar en
otro Consejo, el Asesor, mucho menos conocido pero que puede resultar de enorme
utilidad para la buena marcha de la organización.
Muchas veces se identifica el Asesor con el de
Administración, siendo ambos Consejos complementarios y en ocasiones el primero
se convierte en germen del segundo.
Un
consejo asesor, normalmente formado por personas con experiencia, ajenas al
capital y a la gestión de la empresa, es un órgano consultivo, sin ningún tipo
de responsabilidad civil, pero que precisamente por ello, por su menor
implicación –en el sentido de no estar ligados a la marcha de la empresa, lo
que les confiere de mayor objetividad-, sin la rigidez y el régimen
de responsabilidad de los administradores, puede ofrecer una visión externa, un
asesoramiento de calidad, sin los corsés de los consejeros. Se trataría de
conformar un equipo de especialistas en diferentes terrenos (empresa familiar,
recursos humanos, estrategia, finanzas, …), que asesoren, bien individualmente
bien a través de reuniones conjuntas, sobre los diferentes aspectos de la
marcha de nuestra empresa, de forma profesional, incorporando nuevas visiones
que garanticen a medio y largo plazo el crecimiento de la compañía.
En ocasiones se confunde la finalidad de este órgano y
se añaden a este Consejo Asesor los que podríamos llamar “facilitadores”,
personas que en un momento determinado pueden ayudar a que un acuerdo llegue a
buen puerto o a desbloquear una negociación. En este caso estaríamos hablando más
de lobbies más que de asesores. Por ello, a veces también se les solicita a
estos consejeros la aportación de contactos, el acompañamiento a reuniones con
agentes externos con los que ellos guardan relación, o en las que se vayan a
tratar cuestiones de las que son especialistas.
El que se trate de un órgano meramente consultivo –es el
responsable de la empresa quién, en último término, decide qué hacer con el
asesoramiento recibido-, no significa que no se le haya de fijar unas normas
mínimas de funcionamiento, previamente establecidas en lo que se refiere a, por
ejemplo, periodicidad de las reuniones (una o dos veces al mes es lo más
habitual), orden del día (para evitar reuniones improductivas se tiene que
dejar claro qué se va a tratar e incluso facilitar la información necesaria
para valorar previamente los puntos a tratar), actas de dichos encuentros y
secretaría del Consejo. La forma en la que van a ser remunerados estos
expertos, con una amplia variedad de posibilidades, suele negociarse de forma
individual y no debe aparecer en la normativa internada citada anteriormente.
Estaríamos hablando en definitiva de un órgano
que puede aportar mucho al día a día de la gestión empresarial, que no tiene
que estar limitado simplemente a la gran compañía y que no está siendo
suficientemente aprovechado por la pyme, la verdadera protagonista de nuestro
tejido empresarial.
miércoles, 23 de julio de 2014
Gowex: Fallos y Repercusiones
Publicado en EL ECONOMISTA el 12/07/2014
El fraude de Gowex, conocido hace unas semanas, ha destapado una serie de fallos que deberían ser corregidos de inmediato mediante una serie de decisiones que, por un lado, mejoren la confianza de los inversores y consumidores en general y, por otro, impidan que los avances recientes en la diversificación de las fuentes de financiación de las empresas españolas y en la mejora de su capitalización, se vean frenados, precisamente por esa desconfianza.
En primer lugar el Mercado Alternativo Bursátil (MAB), que exige a las empresas para estar presentes en el mismo transparencia, información y liquidez (con la actuación de un asesor registrado), debería variar el modo en el que “audita” esos requisitos. Y es precisamente en los procesos de auditoría donde habría que incidir, pues uno de los fallos -en cadena: auditora, asesor registrado, supervisión del propio MAB, Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y hasta los Ministerios de Industria y de Economía y Competitividad- que se han producido, parece proceder de la no aplicación de unos controles básicos que, en teoría, deberían haber identificado las incongruencias.
Aunque en estos momentos se estudia la posibilidad de que las empresas presentes en este mercado pasen al mercado continuo, donde cotizan sus “hermanas mayores”, no habría que darle la espalda a una alternativa para conseguir financiación por parte de las empresas, fuera del circuito bancario, que puede tener perfecta cabida en el sistema financiero español. Si bien, habría que sopesar en profundidad lo que se les exige a las compañías y no aumentar su regulación, pues ello implicaría mayores costes y menores incentivos para utilizar esta opción para conseguir recursos financieros.
Porque, precisamente lo que ha fallado, al igual que en la crisis de 2007 que seguimos padeciendo, no ha sido la regulación, excesiva en todos los aspectos, sino la supervisión (volvemos a repetir la cadena de errores de los diferentes niveles supervisores). De hecho, ha tenido que ser el propio mercado, a través de una entidad privada de análisis bursátil, Gotham City Research, quien destapara el fraude. Las repercusiones que en este caso podrían darse serían las que venimos propugnando desde hace tiempo: regulación menor, más pensada y adaptada a la realidad de cada tipo de empresa y mercado, y una mayor incidencia de la supervisión, objetiva y sin peajes de tipo político. En este sentido, el mercado lo hace enormemente mejor que cualquier intervención pública, pues cuando ésta ha actuado, normalmente para limitar el “poder” del propio mercado, ha sido cuando mayores escándalos se han producido.
Adicionalmente, el mercado es infinitamente más rápido, no sólo en el control, sino en la toma de decisiones, en este caso “castigando” la cotización de los títulos de las empresas no cumplidoras, que cualquier organismo público, con mayor diferencia aún si nos centramos en el ámbito judicial, en el que las cuestiones económico-financieras, seguramente por desconocimiento, se eternizan en las salas de los diferentes juzgados. No hay mal que por bien no venga si este suceso sirviera como acicate para mejorar estos aspectos. Nos tememos que en esta, como en muchas ocasiones anteriores, el “tren pasará de largo” sin subirnos al mismo.
Por último, no quisiéramos terminar sin comentar algunas repercusiones sobre los accionistas y sus derechos y responsabilidades. No nos queda ninguna duda de que han sido engañados, en eso consiste un fraude. Ni de que algunos seres humanos, por naturaleza, seguirán intentando engañar al prójimo. Pero quisiéramos ligar estas ideas con los resultados recientemente publicados por el informe PISA, que vuelven a dejar en mal lugar a los adolescentes españoles en cuestiones de economía doméstica. Quizá se estén preguntando sobre las relaciones entre estos hechos, pero déjenme que seamos nosotros quienes realicemos las cuestiones: si no somos capaces de identificar el mejor momento, sobre una gráfica histórica de precios, para comprar o vender una acción, ¿cómo vamos a ser capaces de valorar la oportunidad, el riesgo, la rentabilidad o recompensa de algo tan volátil como lo es la actividad empresarial? Es más, ¿está la sociedad española preparada para mercados como el MAB, el MARF (mercado alternativo de renta fija) o cualquier otra iniciativa que mejore las fuentes de financiación de las empresas, si no somos capaces de elegir, en función del precio, entre comprar los tomates a granel o envasados?
Puede que les resulten graciosos estos comentarios, pero quisiéramos que vieran, como así deberían observarlo nuestros representantes políticos, la verdad que se oculta en estos resultados y actúen en consecuencia en las bases del problema: educación y formación.
martes, 29 de abril de 2014
Luces y sombras en la emisión de deuda
Publicado en El Economista el 26 de
abril de 2014
El pasado
jueves, el Tesoro Público informó del éxito en la colocación de bonos a tres,
cinco y diez años consiguiendo, además, reducir a mínimos históricos el interés
ofrecido. En concreto, para el bono a diez años –el que se tiene en cuenta para
calcular la famosa prima de riesgo-, la rentabilidad media se situó en el
3,059%. Esta noticia puede tener una lectura optimista. Pero no todo es de
color de rosa, como pasamos a exponer a continuación.
Si
repasamos en primer lugar los aspectos positivos, las luces, de esta última
colocación de deuda pública española, sin duda encontraríamos que, a pesar de
la caída de la rentabilidad, los inversores siguen teniendo interés por
adquirir nuestros títulos, dado el cambio de percepción sobre el futuro de
nuestra economía, mucho más favorable, lo que indica que el riesgo de
prestarnos dinero es mucho menor –lo que a su vez influye en ese menor tipo de
interés ofrecido/solicitado-. Consecuencia de esto es que la prima de riesgo se
mantiene en esos niveles más que aceptables.
Igualmente,
en el haber de la noticia podríamos incluir la estrategia del Tesoro de ampliar
el plazo medio de la deuda emitida, aprovechando que el mercado se encuentra
tan abierto a su adquisición, lo que da un mayor margen temporal para devolver
esos recursos tomados a préstamo.
Resumiendo,
mejores expectativas económicas para España, que hacen que nuestra deuda siga
demandándose, a unos costes bajos y con un mayor plazo para devolverlos.
Sin
embargo, como hemos comentado, también podemos analizar la noticia con otra
visión y obtener una lectura menos optimista.
Desde
nuestra humilde opinión, nunca hemos entendido la razón de catalogar como éxito
que se siga emitiendo deuda. Podemos hablar de lo beneficioso que es el hecho
de que los títulos españoles sigan siendo demandados, pero lo que estamos
haciendo, en definitiva, es aumentar nuestro endeudamiento, y eso no es
precisamente una buena gestión de las finanzas públicas. Por lo tanto, en el
debe de este hecho habría que anotar el paulatino acercamiento de nuestro deuda
pública al 100% de nuestro PIB –algunos expertos afirman que se alcanzará en este
mismo ejercicio-, y no hay que ser un lince para entender que más deuda implica
más intereses –aunque el coste medio se reduzca por las buenas perspectivas, el
montante total en concepto de servicio de la deuda, los gastos financieros,
aumenta-. A este respecto, el ministro de Economía, Luis de Guindos, anunció
recientemente que las emisiones netas de deuda por parte del Tesoro para 2014
estarán “claramente” por debajo de los 65.000 millones de euros previstos. La
afirmación se basa en la evolución de la recaudación –que depende en gran
medida del crecimiento de nuestra economía- y de los costes de financiación de
la deuda –que ya hemos visto que son favorables-.
No por
contradecir al ministro sino porque el endeudamiento no es algo que se pueda
reducir por decreto, en cualquier caso las sombras no acaban aquí: dado que el
déficit público sigue existiendo, que los ingresos no cubren los gatos del
conjunto de las administraciones, el acceso a los mercados a través de nuevas
emisiones de deuda seguirá produciéndose y, por ello, la deuda seguirá
incrementándose y con ella los intereses a pagar. Sólo podríamos eliminar este
círculo vicioso si el déficit se elimina de forma drástica a través de, por
ejemplo, una reforma seria de la administración pública (central, autonómica y
local), tarea aún pendiente.
No parece
pues que la política económica del gobierno de control del déficit y del
endeudamiento sea la causante de la buena acogida de nuestras emisiones, sino
más bien el cambio de expectativas de los mercados sobre la evolución de nuestra
economía, así como del papel, testimonial pero en cualquier caso valiosísimo,
del Banco Central Europeo.
Las
agencias de calificación también se suman a este breve análisis, en este caso
aportando el dato positivo de una mejora en el rating asignado a nuestro país,
justificado por la mejora de nuestro sector exterior y en la recuperación de la
demanda interna, así como en las reformas estructurales implementadas en el
sector financiero y en el mercado laboral. Sigue quedando pendiente la de la
administración pública.
En
definitiva, luces y sombras en la emisión de deuda por parte del Estado español
y sólo el futuro nos dirá las repercusiones que las decisiones actuales tendrán
en las generaciones venideras.
jueves, 10 de abril de 2014
Déficit Cero
Entre los criterios de convergencia para el pase a
la tercera fase de la Unión Europea, la correspondiente a la Unión Económica y
Monetaria, uno de cuyos frutos fue la adopción del euro como moneda común hace ya
más de una década, se encontraba la disminución del déficit público por debajo
del 3% de la cifra de PIB y su reducción posterior para cada país miembro. El
resto de requisitos (tipos de interés, inflación y endeudamiento), se
encontraban estrechamente vinculados al cumplimiento de éste.
Para entendernos, la reducción del déficit y el
logro del equilibrio presupuestario (déficit cero) no es otra cosa que acomodar
el nivel de vida con las disponibilidades con que se cuentan, es decir, que en
un período de tiempo, normalmente medido en un año, los ingresos que genera un
Estado sean iguales a los gastos en que incurre.
Pero lo importante de esta actuación no es
cumplirla en un período determinado, sino que este esfuerzo sea continuado en
el futuro, lo que permitirá conseguir crecimientos económicos con una base
firme y duradera.
Es por ello por lo que en su momento se llegó al
acuerdo de lo que en la Cumbre de Sevilla (junio de 2002) se plasmó en el Pacto
de Estabilidad y Crecimiento, por el que todos los países de la eurozona se
comprometían a saldar sus deudas públicas y lograr una balanza de ingresos y gastos
equilibrada.
No es el propósito de estas líneas entrar en lo
referente a la situación en que se encuentran los Estados miembros en la
actualidad, sino señalar una serie de argumentos a favor y en contra de esta
meta del equilibrio presupuestario.
Para lograr el déficit cero, las alternativas se
centran bien en reducir los gastos (la inversión pública, los gastos sociales,
etcétera), bien en incrementar los ingresos (normalmente vía aumento de
impuestos). Ambas opciones, desde un punto de vista político, tienen
inconvenientes, pues en cualquier caso se está exigiendo un sacrifico
continuado por parte de la sociedad (como en estos momentos ocurre en España),
cosa que puede ser aprovechada por la oposición al criticar al gobierno que
tiene la responsabilidad de tomar estas impopulares medidas.
En cuestiones más económicas, el establecimiento
del equilibrio presupuestario, como esfuerzo continuado de moderación del gasto
público, redunda en una mejora de la financiación de la economía, en la misma
cuantía en que el sector público aumenta su ahorro y reduce la carga de su
deuda. Por lo tanto, déficit cero y progreso económico son dos realidades
inseparables.
Además de los efectos en el crecimiento, también
tiene resultados positivos en la creación de empleo, mantenimiento de una tasa
de inversión alta sin recurrir al déficit, reducción de la deuda pública y, por
tanto, bajada de impuestos.
En definitiva, el equilibrio presupuestario (el
déficit cero) es una actitud muy deseable.
Pero decir simplemente si ese objetivo de déficit
cero es bueno o malo nos dejaría sin toda la información necesaria. La bondad
de esta medida tiene mucho que ver con la forma de llevarla a cabo, con la
situación del país, con su grado de eficiencia, la distribución de la
población, de su estructura, etcétera.
Todos sabemos que no se debe gastar más de lo que
se tiene, pero si como individuos nos endeudamos para adquirir un automóvil, o
una vivienda, es decir, para progresar, ¿debería hacer algo parecido el Estado?
Está claro que los gobiernos deben proporcionar un
entorno que facilite financiación barata y suficiente a los agentes económicos
para que puedan operar, crear empleo y fomentar la actividad y el crecimiento.
Por ello, es posible que accesos puntuales al endeudamiento provoquen efectos
positivos sobre la economía en su conjunto.
El debate no es nuevo. Es la controversia
tradicional entre liberales y keynesianos sobre el papel que debe jugar el
Estado en la economía. Y se mantendrá durante largo tiempo. Lo probable es que
siempre exista.
La clave se encuentra en la flexibilidad. El
déficit cero no es el objetivo, la finalidad es el crecimiento, el trabajo, la
financiación, la estabilidad, y ello sólo se logra con políticas coherentes con
la coyuntura. El cero en las cuentas del Estado cuando es innecesario no
conduce más que a aumentar las diferencias con otros países. La flexibilidad a
la hora de contar con esta herramienta y tomarla como eso, como un camino más
entre los muchos disponibles es la fórmula para que dicha opción tenga sus
frutos.
Otra cuestión es que esa flexibilidad, mal
entendida, dé lugar al sobreendeudamiento, del Estado y de los particulares, y
todos los beneficios de esta política de equilibrio presupuestario se vayan al
traste.
jueves, 3 de abril de 2014
Ética en Mercados Financieros
La verdad es que las relaciones entre ética y mercados financieros son, cuando menos,
problemáticas. Está claro que los mercados en general, el financiero en
particular, realiza una función económica muy importante (la canalización del
dinero de los ahorradores a quienes desean financiar sus actividades); pero no
es menos cierto que cumple también una función ética y social, pues no sólo
contribuye al interés particular, sino que responde del bien común.
La búsqueda de ese comportamiento ético ha derivado en otras expresiones más actuales o de moda: “gobierno corporativo”, “transparencia corporativa”, que siguen las mismas o parecidas finalidades.
La historia de los mercados financieros, más aún en la más reciente, se encuentra jalonada de episodios que han hecho reducir, y en momentos puntuales incluso hacer desaparecer por completo, la necesaria confianza de todos los que operan en los citados mercados. Ninguno de los grupos de agentes señalados con anterioridad se ha librado de realizar comportamientos que nada tienen que ver con la ética: todos en mayor o menor medida han intentado influir en la cotización de los valores, de acuerdo a sus posibilidades, para manejarlos según sus intereses y conveniencia.
Esos diferentes episodios de escándalos financieros, aunque originados principalmente en el mercado norteamericano, pero con claros ejemplos también en España, normalmente se encuentran relacionados con: malas prácticas de gobierno corporativo, falta de transparencia informativa e, incluso, conflictos de intereses (precisamente los factores identificados como condicionantes de la confianza del inversor), han dañado la confianza en gestores, organismos supervisores, firmas de auditoría y mediadores financieros.
Los escándalos financieros de Enron, Parmalat, o en nuestro país, Gescartera o Forum - Afinsa, entre otros, aunque con características, causas y efectos completamente diferentes, son sólo escasos ejemplos de lo afirmado en el anterior párrafo.
Y es que el mercado de valores está siempre bajo sospecha. La eterna labor de supervisión realizada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) luce muy poco. El propio expresidente del organismo, Manuel Conthe, ha reconocido en multitud de ocasiones la existencia de sospechas por el posible uso de información privilegiada en gran cantidad de operaciones. Por citar sólo algunos ejemplos: Riofisa, Fadesa, Urbis o la interminable Endesa.
Este entorno, cada vez
con más escándalos contables, o con el mismo número pero que son más conocidos
y de forma más rápida transmitidos a escala internacional, ha provocado la
aparición de nuevos organismos, tanto de iniciativa pública como privada, cuyo
objetivo es proporcionar, según el caso, más cantidad de normas, leyes o
recomendaciones conducentes a conseguir una mayor transparencia en el mercado.
Resulta
complicado terminar con una única conclusión la cuestión del comportamiento
ético de los analistas en los mercados financieros. Lo que parece evidente es
que su actuación es uno de los pilares de la confianza de los inversores en
dicho mecanismo del mercado. Aunque no el único.
Parece también evidente que esta actuación de los analistas, si bien no en la inmensa mayoría de los casos, resulta “interesada” y que, para conseguir cumplir los principios de transparencia e igualdad, se hace necesaria la regulación y el control de su actuación.
La labor de regulación no ha acabado aquí, y la misma ha de complementarse con las recomendaciones o autorregulación que las diferentes asociaciones de profesionales existen, como el mejor camino para que los inversores recuperen la confianza perdida.
Pero atención, los analistas no son los únicos actuantes en los mercados financieros, volvemos a repetir, y sólo con un comportamiento ético por parte de todos ellos, comenzando por los poderes públicos, esa confianza en el mecanismo de mercado será repuesta.
Pero para que se logre ese bien común de personas y grupos que forman la
sociedad, se exige una organización de la actividad económica que facilite a
todos la obtención de los recursos necesarios para su desarrollo y, por tanto,
las normas de actuación. El propósito de las normas y códigos éticos,
desde hace algún tiempo de moda, es establecer los estándares y valores de acuerdo con los
cuales las acciones humanas son consideradas buenas o malas.
La ética se refiere a la persona, a su conducta y actuación, tanto en el
plano individual como formando parte de un grupo, empresa o institución donde
desarrolla su actividad (las empresas son las personas que trabajan en ella).
El comportamiento moral se refiere a los individuos, no a las instituciones.
Pero está claro que la actuación de las personas determina en último término la
reputación de la empresa donde trabajan.La búsqueda de ese comportamiento ético ha derivado en otras expresiones más actuales o de moda: “gobierno corporativo”, “transparencia corporativa”, que siguen las mismas o parecidas finalidades.
La historia de los mercados financieros, más aún en la más reciente, se encuentra jalonada de episodios que han hecho reducir, y en momentos puntuales incluso hacer desaparecer por completo, la necesaria confianza de todos los que operan en los citados mercados. Ninguno de los grupos de agentes señalados con anterioridad se ha librado de realizar comportamientos que nada tienen que ver con la ética: todos en mayor o menor medida han intentado influir en la cotización de los valores, de acuerdo a sus posibilidades, para manejarlos según sus intereses y conveniencia.
Esos diferentes episodios de escándalos financieros, aunque originados principalmente en el mercado norteamericano, pero con claros ejemplos también en España, normalmente se encuentran relacionados con: malas prácticas de gobierno corporativo, falta de transparencia informativa e, incluso, conflictos de intereses (precisamente los factores identificados como condicionantes de la confianza del inversor), han dañado la confianza en gestores, organismos supervisores, firmas de auditoría y mediadores financieros.
Los escándalos financieros de Enron, Parmalat, o en nuestro país, Gescartera o Forum - Afinsa, entre otros, aunque con características, causas y efectos completamente diferentes, son sólo escasos ejemplos de lo afirmado en el anterior párrafo.
Y es que el mercado de valores está siempre bajo sospecha. La eterna labor de supervisión realizada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) luce muy poco. El propio expresidente del organismo, Manuel Conthe, ha reconocido en multitud de ocasiones la existencia de sospechas por el posible uso de información privilegiada en gran cantidad de operaciones. Por citar sólo algunos ejemplos: Riofisa, Fadesa, Urbis o la interminable Endesa.
Parece también evidente que esta actuación de los analistas, si bien no en la inmensa mayoría de los casos, resulta “interesada” y que, para conseguir cumplir los principios de transparencia e igualdad, se hace necesaria la regulación y el control de su actuación.
La labor de regulación no ha acabado aquí, y la misma ha de complementarse con las recomendaciones o autorregulación que las diferentes asociaciones de profesionales existen, como el mejor camino para que los inversores recuperen la confianza perdida.
Pero atención, los analistas no son los únicos actuantes en los mercados financieros, volvemos a repetir, y sólo con un comportamiento ético por parte de todos ellos, comenzando por los poderes públicos, esa confianza en el mecanismo de mercado será repuesta.
jueves, 27 de marzo de 2014
La importancia del Liderazgo
Señalaba Warren Bennis, que “probablemente
sea el liderazgo más que cualquier otro tópico, el tema sobre el que más se ha
escrito, pero del que menos se conoce”. Acertada afirmación, de la que
difícilmente se puede discrepar teniendo en cuenta la impresionante cantidad de
literatura que uno encuentra sobre el tema.
Ahora bien, ¿por qué se ha prestado (y se continúa prestando) tanta atención al liderazgo…?
Dos son las razones que explican en nuestra opinión el protagonismo del liderazgo en la literatura del Management:
Ø Porque a través de los sentidos, ya sea el olfato, la vista, el oído, gusto o tacto le proporcionamos información al cerebro y al existir tantos artículos sobre el liderazgo, tantas películas sobre líderes, al ser una palabra tan presente en la prensa, el tema lo percibimos o sentimos como “conocido”, es decir, “nos suena”.
La costumbre, dicen/decimos los abogados, hace ley y al estar permanentemente acostumbrados a ver/leer/escuchar, aunque sea de pasada, cosas relacionadas con el liderazgo , nuestro cerebro las percibe como algo conocido y no ajeno.
Ø También porque no sólo es sentido, sino común, normal, ordinario, usual en contraposición a excepcional o especializado. El hombre “medio”, la “ordinary people” de la que nos habló Robert Redford en su película busca la simplicidad (que no la simpleza) y esa simplicidad la encuentra a priori en mayor medida en el liderazgo que, por ejemplo, en los presocráticos.
El sentido común es pues como la “primera impresión”, algo ligado en cierto modo a la intuición y por ello esta primera impresión es la que cuenta. El nominalismo no entiende de contenidos, no prejuzga el fondo, pero precisamente por ello hay nombres/temas que a priori, por sí mismos, captan nuestra atención mucho más que otros que incluso pueden llegar a ahuyentarnos.
b) Pero si bien el sentido común es de por sí importante razón para justificar el interés que el liderazgo despierta, no basta por sí sola. Ya saben aquello de que quizás sea condición necesaria, pero no suficiente. Y aquí es donde aparece la segunda razón: Se trata de la impresión que también casi todos tenemos de que el liderazgo, como muchos otros conceptos del Management, será aplicable a muchas facetas de nuestra vida, por lo que nos resultará de utilidad.
Es la vieja máxima de la praxis: Si lo puedo aplicar en mi vida, si me resulta “útil”, entonces me vale.
El liderazgo es uno de los conceptos estrella del Management, palabra inglesa que como bien nos recuerda Cubeiro en “La sensación de fluidez” tiene raíces latinas, “manus” y del italiano, “maneggiare” (que también procede de “manus”). Por eso interesa tanto el liderazgo, porque resulta de utilidad para “manejarse, gobernarse en el complejo mundo empresarial. ¿Sólo en dicho ámbito? La respuesta sólo puede ser no, al menos para los defensores de un enfoque holístico que se niega a considerar a la persona como un ser estanco divisible en distintas facetas estancas (laboral, familiar, etc.)
Nada más lejos de la realidad y por ello en nuestra visión integradora el liderazgo no sólo sería aplicable al mundo del trabajo, sino en general a toda nuestra vida y…¿puede haber algo más sugerente para alguien que ser capaz de “manejar”, de liderar su propia vida?
Ahora bien, ¿por qué se ha prestado (y se continúa prestando) tanta atención al liderazgo…?
Dos son las razones que explican en nuestra opinión el protagonismo del liderazgo en la literatura del Management:
a) La primera, de puro
sentido común, es que el liderazgo resulta un tema atractivo en sí mismo, per
se, como dirían los clásicos, que a casi nadie deja indiferente Y es que esto
parece innegable y merece la pena intentar refutarlo (decía un sabio fiscal que
“probar la evidencia es cosa de idiotas”): hay temas que a la mayoría llaman la
atención y otros que no. Por supuesto, para
gustos se pintan colores, no nos entiendan mal, pero en esencia hay materias
que por su sólo nombre despiertan interés en el común de los mortales y otras
que los espantan.
¿No se lo creen?
Piensen por un momento, qué les atraería más en principio, una conferencia
sobre “el liderazgo en el siglo XXI” u
otra sobre “el legado de los presocráticos”;
no piensen en términos micro, sino macro, abstrayéndose de sus preferencias
personales. De hecho, a los autores del presente artículo ambas nos resultarían
igualmente atractivas, pero no creemos representar la opinión mayoritaria. Así,
la reflexión a hacerse se plantea más bien en estos términos: imagine que la
pregunta anterior se le hace a 100 personas escogidas al azar, ¿cuántas creen
que se decantarían por una u otra conferencia? Nos atrevemos a apostar por un
70/30 (a favor del liderazgo) y admitiendo sin problemas que si sustituyésemos
el liderazgo por el fútbol en esta encuesta virtual, mejor ni comentar el
resultado.
Esta primera razón
que hace del liderazgo un tema en sí llamativo para gran parte de las personas
hay que buscarla en el sentido común,
como ya señalábamos con anterioridad y si subrayamos sentido común es con toda
la intenciónØ Porque a través de los sentidos, ya sea el olfato, la vista, el oído, gusto o tacto le proporcionamos información al cerebro y al existir tantos artículos sobre el liderazgo, tantas películas sobre líderes, al ser una palabra tan presente en la prensa, el tema lo percibimos o sentimos como “conocido”, es decir, “nos suena”.
La costumbre, dicen/decimos los abogados, hace ley y al estar permanentemente acostumbrados a ver/leer/escuchar, aunque sea de pasada, cosas relacionadas con el liderazgo , nuestro cerebro las percibe como algo conocido y no ajeno.
Ø También porque no sólo es sentido, sino común, normal, ordinario, usual en contraposición a excepcional o especializado. El hombre “medio”, la “ordinary people” de la que nos habló Robert Redford en su película busca la simplicidad (que no la simpleza) y esa simplicidad la encuentra a priori en mayor medida en el liderazgo que, por ejemplo, en los presocráticos.
El sentido común es pues como la “primera impresión”, algo ligado en cierto modo a la intuición y por ello esta primera impresión es la que cuenta. El nominalismo no entiende de contenidos, no prejuzga el fondo, pero precisamente por ello hay nombres/temas que a priori, por sí mismos, captan nuestra atención mucho más que otros que incluso pueden llegar a ahuyentarnos.
b) Pero si bien el sentido común es de por sí importante razón para justificar el interés que el liderazgo despierta, no basta por sí sola. Ya saben aquello de que quizás sea condición necesaria, pero no suficiente. Y aquí es donde aparece la segunda razón: Se trata de la impresión que también casi todos tenemos de que el liderazgo, como muchos otros conceptos del Management, será aplicable a muchas facetas de nuestra vida, por lo que nos resultará de utilidad.
Es la vieja máxima de la praxis: Si lo puedo aplicar en mi vida, si me resulta “útil”, entonces me vale.
El liderazgo es uno de los conceptos estrella del Management, palabra inglesa que como bien nos recuerda Cubeiro en “La sensación de fluidez” tiene raíces latinas, “manus” y del italiano, “maneggiare” (que también procede de “manus”). Por eso interesa tanto el liderazgo, porque resulta de utilidad para “manejarse, gobernarse en el complejo mundo empresarial. ¿Sólo en dicho ámbito? La respuesta sólo puede ser no, al menos para los defensores de un enfoque holístico que se niega a considerar a la persona como un ser estanco divisible en distintas facetas estancas (laboral, familiar, etc.)
Nada más lejos de la realidad y por ello en nuestra visión integradora el liderazgo no sólo sería aplicable al mundo del trabajo, sino en general a toda nuestra vida y…¿puede haber algo más sugerente para alguien que ser capaz de “manejar”, de liderar su propia vida?
jueves, 20 de marzo de 2014
Franquicias Financieras
Las fusiones entre empresas suelen tener como uno de sus
resultados, la mayoría de las ocasiones, procesos de reestructuración de
plantillas, al ser precisamente una de las “ventajas” de dicha operación
empresarial, la reducción del coste de personal.
Las fusiones entre entidades financieras -o la reestructuración de las mismas-, no son ajenas a esta consecuencia. Aunque en algunos casos se pactan salidas profesionales para estos trabajadores, ya sea a través de la reocupación, la jubilación anticipada o algún otro tipo de acuerdo, algunos de ellos pueden optar por el autoempleo como una alternativa a tener en cuenta.
Profesionales con experiencia del sector financiero son las personas idóneas para asesorar sobre servicios y productos financieros. Y como una de las alternativas del autoempleo, además de la creación de una asesoría de este tipo, es la franquicia financiera, es muy posible que esta alternativa, aún no muy extendida entre nosotros, pero de gran tradición en EE.UU., empiece a tener gran número de adeptos.
La proliferación de productos financieros, así como el grado de complejidad de los mismos, produce una gran cantidad de información que puede provocar la desorientación de los usuarios. Al igual que la figura del agente de seguros o los asesores fiscales, los asesores financieros pueden tener un importante nicho de mercado.
En las líneas que siguen presentamos los principales puntos de una empresa de Franquicia de Servicios Financieros, como medio de explicar en qué consiste este negocio.
La compañía, por tanto, está dedicada al asesoramiento y la consultoría empresarial en el área financiera, principalmente en inversión y financiación, orientando de forma independiente a empresas y particulares sobre qué productos de inversión y financiación son los más adecuados.
Los clientes de este tipo de empresas acuden con la seguridad de que serán asesorados de forma clara y objetiva, al tiempo que profesional. Los productos que ofrece son los mismos de cualquier entidad financiera, con la diferencia que aconseja de forma totalmente independiente sobre la mejor solución para los intereses del cliente. Además, atiende a cualquier particular o empresa, independientemente de sus circunstancias personales o profesionales y del volumen de la operación.
Los franquiciados operan como una oficina bancaria tradicional con la diferencia de que los productos y servicios ofertados son de diferentes entidades financieras.
Igualmente, la franquicia financiera es una fórmula que utilizan algunas entidades financieras para crecer en ciudades pequeñas con oficinas que comercializan sus productos bajo el logo de la entidad, pero que no son propiamente una oficina bancaria.
El catálogo de servicios se completa con una amplia gama de productos de inversión, desde planes de jubilación hasta inversiones de renta variable, pasando por planes de inversión garantizada o gestión del patrimonio. Al no depender de una entidad, pueden garantizar absoluta independencia a la hora de evaluar la oferta que más conviene a cada cliente.
La actividad se inicia con el abono de unos derechos de entrada, como cualquier otra franquicia, que suelen incluir programas informáticos, impresos, carteles y documentos de papelería, publicidad de lanzamiento inicial y un curso de formación de corta duración.
Para conocer las necesidades concretas de inversión inicial, los requisitos previos que deben cumplir los candidatos, así como otra información sobre el plazo estimado de recuperación de la inversión o su rentabilidad, ya se hace necesario un estudio más detallado de cada una de estas franquicias en concreto.
Las fusiones entre entidades financieras -o la reestructuración de las mismas-, no son ajenas a esta consecuencia. Aunque en algunos casos se pactan salidas profesionales para estos trabajadores, ya sea a través de la reocupación, la jubilación anticipada o algún otro tipo de acuerdo, algunos de ellos pueden optar por el autoempleo como una alternativa a tener en cuenta.
Profesionales con experiencia del sector financiero son las personas idóneas para asesorar sobre servicios y productos financieros. Y como una de las alternativas del autoempleo, además de la creación de una asesoría de este tipo, es la franquicia financiera, es muy posible que esta alternativa, aún no muy extendida entre nosotros, pero de gran tradición en EE.UU., empiece a tener gran número de adeptos.
La proliferación de productos financieros, así como el grado de complejidad de los mismos, produce una gran cantidad de información que puede provocar la desorientación de los usuarios. Al igual que la figura del agente de seguros o los asesores fiscales, los asesores financieros pueden tener un importante nicho de mercado.
En las líneas que siguen presentamos los principales puntos de una empresa de Franquicia de Servicios Financieros, como medio de explicar en qué consiste este negocio.
Asesoramiento financiero independiente y personal
Una franquicia financiera independiente tiene como objetivo cubrir la creciente demanda de asesoramiento en este mercado motivada por la amplia oferta de productos emitidos por las entidades financieras. Este hecho, además de provocar desconcierto entre los pequeños ahorradores y en personas no expertas, resulta muy complejo a la hora de decidir qué banco ofrecerá las mejores condiciones.La compañía, por tanto, está dedicada al asesoramiento y la consultoría empresarial en el área financiera, principalmente en inversión y financiación, orientando de forma independiente a empresas y particulares sobre qué productos de inversión y financiación son los más adecuados.
Los clientes de este tipo de empresas acuden con la seguridad de que serán asesorados de forma clara y objetiva, al tiempo que profesional. Los productos que ofrece son los mismos de cualquier entidad financiera, con la diferencia que aconseja de forma totalmente independiente sobre la mejor solución para los intereses del cliente. Además, atiende a cualquier particular o empresa, independientemente de sus circunstancias personales o profesionales y del volumen de la operación.
Los franquiciados operan como una oficina bancaria tradicional con la diferencia de que los productos y servicios ofertados son de diferentes entidades financieras.
Igualmente, la franquicia financiera es una fórmula que utilizan algunas entidades financieras para crecer en ciudades pequeñas con oficinas que comercializan sus productos bajo el logo de la entidad, pero que no son propiamente una oficina bancaria.
Productos y Servicios
Además de los productos bancarios típicos, una franquicia financiera normalmente ofrece asesoramiento y tramita ayudas y subvenciones, venta de negocios, operaciones de capital riesgo o búsqueda de socios, entre otras operaciones.El catálogo de servicios se completa con una amplia gama de productos de inversión, desde planes de jubilación hasta inversiones de renta variable, pasando por planes de inversión garantizada o gestión del patrimonio. Al no depender de una entidad, pueden garantizar absoluta independencia a la hora de evaluar la oferta que más conviene a cada cliente.
Perfil del franquiciado
El perfil del franquiciado corresponde al de una persona con facilidad de contacto, que inspire confianza y sepa asimilar y transmitir la idea de negocio.La actividad se inicia con el abono de unos derechos de entrada, como cualquier otra franquicia, que suelen incluir programas informáticos, impresos, carteles y documentos de papelería, publicidad de lanzamiento inicial y un curso de formación de corta duración.
Para conocer las necesidades concretas de inversión inicial, los requisitos previos que deben cumplir los candidatos, así como otra información sobre el plazo estimado de recuperación de la inversión o su rentabilidad, ya se hace necesario un estudio más detallado de cada una de estas franquicias en concreto.
jueves, 13 de marzo de 2014
¿Inutilidad de los valores empresariales?
En los últimos meses (años), más y más noticias sobre escándalos y actuaciones corruptas han salpicado, en mayor o
menor medida, a los responsables de las entidades financieras. La cuestión suscitada gira entorno a la
responsabilidad que tienen estas entidades en estas actuaciones. Por un lado
podría identificarse una responsabilidad legal, que no se encuentra dentro de
los objetivos que nos plantemos en estas líneas. De otro, una responsabilidad
moral o ética, en la que sí nos centraremos.
Independientemente del riesgo operativo que conllevan estas operaciones (préstamos a promotores, partidos políticos o miembros del propio consejo de administración, sin el cumplimiento mínimo de unos estándares que luego sí se exigen al resto de la clientela) para la entidad financiera, está claro que supone un menoscabo para la imagen de la financiadora.
Algunas entidades han argumentado que procedieron de la manera que les dictaba su código ético, con lo que habría que concluir con lo inútil que dicho código ético o de conducta, así como los valores corporativos de las entidades financieras resultan.
Sobre la inutilidad de los valores y el modo de replantearlos para que sean válidos y aplicables en la práctica versan las siguientes líneas.
Si repasamos los valores corporativos de cualquier entidad financiera española, básicamente se repiten en todas ellas los siguientes: Bien común, Integridad, Honradez, Imparcialidad, Justicia, Transparencia, Rendición de cuentas, Respeto al entorno cultural y ecológico, Respeto a la legislación como ética mínima, Generosidad, Igualdad, Respeto, Participación, Responsabilidad, Eficiencia, Liderazgo, Profesionalidad, Ética en la gestión, Calidad, Desarrollo personal y profesional, etcétera.
La primera característica que se aprecia de la anterior enumeración es que se trata de una lista tan larga, que resulta prácticamente imposible memorizarlos por parte de directivos y empleados, por lo que difícilmente podrán llevarse a la práctica y, por tanto, hacerlos cumplir.
Otro defecto que presentan es la inexistencia de criterios concretos -pues se trata de una simple enumeración de deseos, más que otra cosa-, lo que no permite implantar estrategias funcionales y adopción de decisiones. Se trata de generalizaciones, poco propensas a influir en el día a día de la plantilla.
De hecho, la mayoría de estas “buenas intenciones”, no incumben más que a quienes diseñan las estrategias y toman las grandes decisiones, por lo que la mayoría de los empleados, ni tienen referencia de los valores, ni se les ha tenido en cuenta a la hora de determinarlos, lo que complica su cumplimiento.
Todo lo anterior puede acarrear serios problemas a la entidad si empleados y clientes, sobre todo estos últimos, exigen legalmente su aplicación, puesto que este listado obliga demasiado a la compañía, lo que puede acabar poniendo en apuros a la empresa.
En la figura que acompaña estas líneas representamos esquemáticamente las razones por las que los valores corporativos son poco apreciados por los directivos de una corporación y resultan poco operativos en la práctica.
En primer lugar, por que los propios directivos no acaban de entender lo que son los valores corporativos, en qué consisten y, por tanto, cuánto pueden aportar a su organización. Piensan, por un lado, que su papel es meramente decorativo: quedan perfectamente en la memoria de la compañía o en la página de Internet. Además, como nuestros competidores también los tienen …
Por otro lado, no es algo en lo que estudiosos e investigadores hayan profundizado, menos aún publicado y, por ello, las consultoras o empresas de formación rara vez los incorporan a su oferta de servicios.
Dado lo anterior, apenas se les dedica tiempo para su determinación. A la hora de confeccionar los valores, o bien se copia literalmente lo que la competencia ofrece públicamente, o bien se le dedica muy poco tiempo y se resuelve sumariamente.
Tratándose de una cuestión “estratégica”, la cuestión no resulta baladí, pues afectando principalmente a los departamentos de recursos humanos, comunicación y marketing, no se integran perfectamente en las áreas funcionales de la empresa.
Por último, tienen el inconveniente de ser “factores indirectos”, es decir, no tienen una relación cusa-efecto directa, que permita atribuirles resultados cuantificables al rendimiento, lo que redunda en la infravaloración que sufren.
Independientemente del riesgo operativo que conllevan estas operaciones (préstamos a promotores, partidos políticos o miembros del propio consejo de administración, sin el cumplimiento mínimo de unos estándares que luego sí se exigen al resto de la clientela) para la entidad financiera, está claro que supone un menoscabo para la imagen de la financiadora.
Algunas entidades han argumentado que procedieron de la manera que les dictaba su código ético, con lo que habría que concluir con lo inútil que dicho código ético o de conducta, así como los valores corporativos de las entidades financieras resultan.
Sobre la inutilidad de los valores y el modo de replantearlos para que sean válidos y aplicables en la práctica versan las siguientes líneas.
Si repasamos los valores corporativos de cualquier entidad financiera española, básicamente se repiten en todas ellas los siguientes: Bien común, Integridad, Honradez, Imparcialidad, Justicia, Transparencia, Rendición de cuentas, Respeto al entorno cultural y ecológico, Respeto a la legislación como ética mínima, Generosidad, Igualdad, Respeto, Participación, Responsabilidad, Eficiencia, Liderazgo, Profesionalidad, Ética en la gestión, Calidad, Desarrollo personal y profesional, etcétera.
La primera característica que se aprecia de la anterior enumeración es que se trata de una lista tan larga, que resulta prácticamente imposible memorizarlos por parte de directivos y empleados, por lo que difícilmente podrán llevarse a la práctica y, por tanto, hacerlos cumplir.
Otro defecto que presentan es la inexistencia de criterios concretos -pues se trata de una simple enumeración de deseos, más que otra cosa-, lo que no permite implantar estrategias funcionales y adopción de decisiones. Se trata de generalizaciones, poco propensas a influir en el día a día de la plantilla.
De hecho, la mayoría de estas “buenas intenciones”, no incumben más que a quienes diseñan las estrategias y toman las grandes decisiones, por lo que la mayoría de los empleados, ni tienen referencia de los valores, ni se les ha tenido en cuenta a la hora de determinarlos, lo que complica su cumplimiento.
Todo lo anterior puede acarrear serios problemas a la entidad si empleados y clientes, sobre todo estos últimos, exigen legalmente su aplicación, puesto que este listado obliga demasiado a la compañía, lo que puede acabar poniendo en apuros a la empresa.
En la figura que acompaña estas líneas representamos esquemáticamente las razones por las que los valores corporativos son poco apreciados por los directivos de una corporación y resultan poco operativos en la práctica.
Fuente: CLI Consultores, S.A.
¿Por qué los directivos de una entidad son los primeros en despreciar
los valores corporativos de la empresa donde desarrollan su actividad?En primer lugar, por que los propios directivos no acaban de entender lo que son los valores corporativos, en qué consisten y, por tanto, cuánto pueden aportar a su organización. Piensan, por un lado, que su papel es meramente decorativo: quedan perfectamente en la memoria de la compañía o en la página de Internet. Además, como nuestros competidores también los tienen …
Por otro lado, no es algo en lo que estudiosos e investigadores hayan profundizado, menos aún publicado y, por ello, las consultoras o empresas de formación rara vez los incorporan a su oferta de servicios.
Dado lo anterior, apenas se les dedica tiempo para su determinación. A la hora de confeccionar los valores, o bien se copia literalmente lo que la competencia ofrece públicamente, o bien se le dedica muy poco tiempo y se resuelve sumariamente.
Tratándose de una cuestión “estratégica”, la cuestión no resulta baladí, pues afectando principalmente a los departamentos de recursos humanos, comunicación y marketing, no se integran perfectamente en las áreas funcionales de la empresa.
Por último, tienen el inconveniente de ser “factores indirectos”, es decir, no tienen una relación cusa-efecto directa, que permita atribuirles resultados cuantificables al rendimiento, lo que redunda en la infravaloración que sufren.
miércoles, 5 de marzo de 2014
¿Para cuándo la desregulación?
Publicado en el
Economista el 27/02/2014
En el período anterior a la penúltima crisis, los economistas
identificamos, entre otras tendencias, la denominada desintermediación, que viene a ser el proceso por el que la
importancia de los clásicos intermediarios financieros (la banca) va
reduciéndose a favor de otra financiación más directa entre agentes económicos
(los mercados). Aunque este proceso no se produjo de forma acusada en nuestro
país -pues la financiación bancaria sigue siendo la predominante en nuestras
empresas, más si lo comparamos con las economías anglosajonas-, sí es verdad
que el acceso al mercado a través de las diferentes emisiones de papel, sobre
todo para las muy grandes empresas, se incrementó.
No sólo por esta tendencia, sino también por la paulatina reducción de
los tipos de interés, la banca se trasladó de su negocio tradicional (la
intermediación, prestando caro y financiándose barato, quedándose con la
diferencia, el denominado margen de intermediación), a la mediación en mercados
financieros, asesorando y ayudando a colocar los títulos procedentes de las
nuevas emisiones en el mercado (obteniendo una vía nueva de ingresos vía
comisiones.
Los gobiernos, con su afán regulatorio tan insaciable, establecieron
más y más normas a la nueva actividad (aunque muchos quieran ver lo contrario),
como también lo había tenido la tradicional. Si bien la calidad de estas nuevas
normas no fue la adecuada, como lo puede atestiguar la crisis financiera que en
el verano de 2007 comenzó a generarse y con las consecuencias que aún estamos
sufriendo.
En el momento actual, otro término similar parece que se está
imponiendo: la tendencia a la desbancarización,
que podríamos definir como el proceso a disminuir radicalmente el peso de la
banca en los canales de financiación de empresas. Este fenómeno ha dado lugar a
la aparición, más reciente en nuestro país que en otros en los que cuentan con
más tradición, de fondos de financiación directa o direct lending, en su acepción inglesa más extendida.
Sin entrar en detalles de que este tipo de instrumentos, al menos por
ahora, son más indicados para empresas medianas y grandes (y en España, que
contamos con una gran porcentaje de PYMPE –pequeña y muy pequeña empresa-), su
aportación a la solución del cierre del grifo del crédito será pequeña. Por
cierto, el interés de España y sus empresas como destino de la liquidez
internacional es un aspecto positivo con el que debemos quedarnos.
Aun así, la capacidad regulatoria (y controladora, con todas sus
implicaciones) de los políticos sigue en forma, ahora con la traslación a
nuestra regulación de las normas de Basilea III, mucho más exigente y
limitadora a la hora de que la empresa bancaria conceda préstamos (provocada
además por otras situaciones perversas emanadas de los propios poderes
públicos). Adicionalmente, el ministerio de economía se encuentra trabajando en
la creación de un modelo de empresas de capital riesgo para pyme, que pretende
crear un canal de financiación alternativo para la banca (más desbancarización).
¡Qué pena que vuelva a perderse otra oportunidad! Ocasión para dejar
que sean los propios mecanismos del mercado, bien entendido éste, los que
pongan a cada entidad, banco, caja, fondo o como se llame, en su sitio. Como
ocurre con el resto de compañías, de las empresas no financieras, y los
emprendedores que aún identifican oportunidades de negocio, que lo único que
piden del gobierno es “que les dejen hacer” (que no les pongan trabas en forma
de normas y regulaciones), y será la competencia del mercado quien se encargue de
premiar o castigar su buena o mala gestión. Eso es lo que llamaríamos desregulación real.
jueves, 27 de febrero de 2014
Claves en Fondos de Inversión
La crisis,
o desaceleración, según sea el agente que la nombre, hace que el dinero sea
miedoso. Ocurre en todos los ciclos bajistas. Y la consecuencia más palpable,
si nos centramos en la industria de los fondos de inversión, es que se aleja,
el dinero, de este producto de ahorro-inversión, sobre todos de aquellas
categorías con más riesgo.
El
resultado es lógico: las gestoras han “desacelerado”, también, la oferta de
nuevos productos, y entre esa oferta, los garantizados de renta fija son los
más numerosos. La lectura es obvia: menos fondos y con un grado de complejidad
mucho menor. En épocas de incertidumbre no se deben hacer experimentos con
estrategias complejas, nombres extraños y productos complicados que, por otro
lado, están siendo demonizados como los principales responsables de la
traslación de una crisis tan localizada como la subprime a otros muchos lugares
del mundo financiero.
Hasta que
la situación no comience a aclararse de forma cierta, el dinero no volverá de forma confiada a los fondos de renta variable,
a los de gestión alternativa o hedge funds o a otras opciones en las que, si
bien es donde pueden estar las altas rentabilidades, también es donde se
concentra el riesgo. Y éste, por ahora, no está bien recompensado.
Por lo
tanto, repetimos: el dinero es miedoso. Y como consecuencia de esta premisa, en
épocas de crisis siempre ocurre el mismo movimiento: los recursos se trasladan
a inversiones o activos considerados refugio, como el oro, aunque en esta
situación, junto al metal dorado existen otras alternativas, como fondos de
materias primas, de recursos energéticos y otra serie de metales no preciosos,
como el cobre.
Además de
este principio de gestión básico, aplicable en épocas de turbulencia, hay otras
claves que, en la situación actual, todo inversor debe tener en cuenta a la
hora de tomar decisiones de inversión en fondos. Algunas de estas claves, de
forma resumida, serían:
-
Elegir
fondos que inviertan en empresas que no estén ligadas al ciclo económico, sobre todo si éste se espera que sea bajista. Ejemplo serían todas las empresas relacionadas
con el sector de la alimentación.
-
En el
medio y largo plazo, hay sectores con recorrido, sobre todo por que en el
momento actual están sobrepenalizados. En el caso del mercado español, un
ejemplo muy claro lo tenemos en el sector financiero.
-
Los
países emergentes son también dignos de tener en cuenta, no sólo porque algunos
expertos apuntan a que existe una descorrelación entre ellos y la crisis
actual, sino por que la revalorización de sus recursos naturales, mayor
disciplina fiscal y monetaria y su desvinculación frente al dólar americano,
según cada caso concreto, les va a permitir crecer a tasas muy interesantes.
Si a estos
fondos unimos los ya comentados, los que invierten en materias primas, recursos
energéticos, etcétera, la cartera resultante puede ser bastante interesante en
un plazo de inversión medio y largo.
martes, 18 de febrero de 2014
Creación de empresas: mayor inversión inicial, garantía de supervivencia
Ya en el boletín económico del Banco de España,
correspondiente a abril de 2006, recoge el artículo titulado “Algunos rasgos de
la supervivencia de empresas en España”. En el mismo se estudian las variables
que se considera pueden influir sobre la probabilidad de supervivencia de las
empresas. Entre ellas: tamaño inicial; características del sector en el que la
nueva empresa desarrolla su actividad; situación macroeconómica general; edad
de las empresas; así como la estructura financiera de las empresas en el
momento en que inician su actividad económica.
Del citado estudio se desprende que un mayor tamaño inicial
de la empresa favorece de forma importante su supervivencia. Dada la elevada
tasa de mortandad de las empresas españolas (según el Consejo Superior de
Cámaras de Comercio, aún siendo positiva la variación neta del número de
empresas –el nacimiento de empresas es superior a la desaparición- la mortandad
se sitúa muy por encima de otros países de nuestro entorno: el primer año
desaparece un 20% de las empresas, el segundo año el 15% y el cuarto año casi
un 12%), la conclusión podría ser que las restricciones financieras pueden ser
la cusa de que las empresas inicien su actividad con un tamaño inferior al
considerado como óptimo.
Parece lógico, pues el comenzar una empresa con un “colchón
financiero” lo más elevado posible, hace que la compañía, cuya supervivencia se
ve más amenazada en los primeros años de actividad, sufra menos los vaivenes
del mercado, la competencia, etcétera.
Las restricciones de financiación, propias de los momentos
iniciales de las empresas (menor capacidad de endeudamiento o incluso ausencia
de éste; poca financiación propia, etcétera), puede ser, por lo comentado
anteriormente, la causa por la que las compañías comiencen su aventura con un
tamaño “inferior al óptimo”.
La estructura financiera de las empresas –relación entre los
recursos propios y los ajenos- es otro de los aspectos en los que nos vamos a
detener a la hora de estudiar los momentos iniciales de las empresas.
Del citado estudio se desprende que las situaciones extremas
no son aconsejables. Los ratios de endeudamiento muy altos, que implican una
mayor importancia de las deudas o financiación ajena, o muy bajos, que denotan
que prácticamente todo está financiado con recursos propios, no hacen sino
aumentar la probabilidad de que la empresa desaparezca en los primeros
ejercicios de actividad.
Lo ideal, en estos momentos iniciales, seria dirigirse a
ratios cercanos a la unidad, donde los recursos ajenos y propios se reparten en
un cincuenta por ciento. Posteriormente, una vez asentada la compañía, se
pueden estudiar los beneficios de financiarse con otras tasas de participación.
Esta decisión deberá basarse en el sector de actividad en el que se mueve la
empresa, para saber si su ciclo de maduración es largo (va a necesitar más
tiempo para recuperar sus inversiones), o corto (las inversiones se recuperan
rápidamente. Ello dará lugar a mayores o menores necesidades de financiación y
su estructura (recursos ajenos y recursos propios), sabiendo que los recursos
ajenos, aunque con un coste explícito, cuentan con la posibilidad de desgravar
los intereses pagados; y que los recursos propios también tienen un coste, en
este caso implícito, que también hay que calcular y comparar. Por lo tanto, los
costes efectivos de una y otra fuente de financiación también serán un criterio
de decisión. Por último, saber que las deudas hay que devolverlas, pues son
compromisos adquiridos por la empresa, mientras que los recursos propios no
implican ninguna devolución.
Como conclusiones más destacadas, se podría terminar
apuntando que aquellas empresas cuyo tamaño inicial fuera mayor cuentan con más
probabilidades de sobrevivir en el mercado. Adicionalmente, la estructura en
que la compañía se financia es un aspecto clave de su supervivencia. En este
sentido, mayor proporción de capitales ajenos favorece la supervivencia de la
empresa, siempre y cuando no se encuentre excesivamente endeudada, en cuyo caso
pone en peligro su continuidad.
Los emprendedores deberían tener en cuenta estas
conclusiones a la hora de estudiar la viabilidad y puesta en marcha de sus
ideas.
martes, 11 de febrero de 2014
Tecnología Bancaria y Exclusión Financiera
Conceptos
como banca telefónica, banca electrónica, home banking, banca a través
de Internet, se han convertido en algo cotidiano. Se trata sencillamente de
la oferta de productos bancarios a través de canales alternativos, todos con el
denominador común de estar soportados por las nuevas tecnologías (aunque en el
caso del teléfono, no podemos catalogar de novedosa su utilización).
Pero la sofisticación de los productos financieros y la utilización, cada vez en mayor escala, de tecnologías revolucionarias, ¿no está dejando fuera del mercado a gran número de personas?
Contables, tesoreros y directores financieros se encuentran cómodos en la nueva situación. La visita a las entidades bancarias, o la espera del correo diario para obtener información, está siendo sustituida por una comunicación rápida y directa. La cuestión sobre la que queremos incidir aquí es la “exclusión financiera”.
Y ésta se produce en una doble vertiente: por la oferta a disposición de los clientes y por el modo en que el público llega a ellos.
La innovación financiera ha incrementado la complejidad de los productos que proponen las entidades bancarias a sus clientes. Afortunadamente, en los últimos años se ha venido observando un aumento de la cultura financiera de los consumidores. Pero esa mayor preparación no se da por igual en todos los estratos de la sociedad. De hecho, el grado de complejidad de los instrumentos financieros utilizados se encuentra en función, principalmente, de la cantidad de dinero a invertir y de la propia formación. Cuanto más disminuyen estos indicadores, más identificados con la operativa bancaria tradicional son los productos que se demandan.
Pero no sólo la sofisticación de los productos provoca la exclusión. También los nuevos canales de distribución hacen que personas alejadas de esos círculos: no tengan información sobre las herramientas disponibles, e incluso teniéndola, no sepan o no puedan acceder a esos canales.
Las entidades financieras están invirtiendo grandes sumas en tecnología, con el deseo de rentabilizarlas lo antes posible, consiguiendo de forma paulatina la disminución de los costes del canal clásico: la oficina bancaria.
La utilización mayoritaria por parte de los clientes está sometida a un cambio generacional que implicará también una evolución de mentalidad. Los GameBoy o Play Station children estarán más dispuestos a emplear estas nuevas tecnologías puesto que les resultarán familiares. Un poco más complicado será evitar nuestra tendencia a “salir a la calle”, aprovechando el excelente clima de que habitualmente disfrutamos. No por casualidad, uno de los países europeos con una utilización mayor de la banca a través de Internet es Finlandia. Está claro que en dicho lugar, cualquier medio que se emplee para evitar salir de casa en el largo invierno será bienvenido.
Aunque la idiosincrasia los ciudadanos de la piel de toro vaya modificándose, es probable que gran parte de la población quede todavía fuera de estos circuitos durante algunos años. Recordemos que el número de ordenadores personales domésticos en nuestro país está por debajo de la media europea. Al igual que los accesos a Internet, cuyo incremento es notable en el segmento profesional pero no tanto en el familiar.
La oferta de servicios financieros “a medida”, es un fenómeno guiado por la demanda sofisticada. No se intente vender un producto estructurado complejo a alguien que sólo desea mantener sus ahorros seguros.
La rapidez en la concesión de operaciones y en la transmisión de datos es una demanda de todos. Pero la realización de las mismas a través de nuevos canales sólo la efectuarán aquéllos que dispongan de la infraestructura adecuada. La bancarización de la población española, junto a la alta densidad de sucursales, hacen difícil que alguien se vea imposibilitado, por el momento, de contratar servicios financieros al estilo clásico.
Los responsables de las entidades aseguran que responden con sus medidas a las tendencias del mercado. Pero sería mejor hablar de tendencias de “parte” del mercado: seguramente la más rentable del mismo. Incrementar la formación financiera y la preparación técnica de sus clientes es un reto en el que la banca debería competir. Ahí se jugará parte de su rentabilidad en el futuro.
Pero la sofisticación de los productos financieros y la utilización, cada vez en mayor escala, de tecnologías revolucionarias, ¿no está dejando fuera del mercado a gran número de personas?
Contables, tesoreros y directores financieros se encuentran cómodos en la nueva situación. La visita a las entidades bancarias, o la espera del correo diario para obtener información, está siendo sustituida por una comunicación rápida y directa. La cuestión sobre la que queremos incidir aquí es la “exclusión financiera”.
Y ésta se produce en una doble vertiente: por la oferta a disposición de los clientes y por el modo en que el público llega a ellos.
La innovación financiera ha incrementado la complejidad de los productos que proponen las entidades bancarias a sus clientes. Afortunadamente, en los últimos años se ha venido observando un aumento de la cultura financiera de los consumidores. Pero esa mayor preparación no se da por igual en todos los estratos de la sociedad. De hecho, el grado de complejidad de los instrumentos financieros utilizados se encuentra en función, principalmente, de la cantidad de dinero a invertir y de la propia formación. Cuanto más disminuyen estos indicadores, más identificados con la operativa bancaria tradicional son los productos que se demandan.
Pero no sólo la sofisticación de los productos provoca la exclusión. También los nuevos canales de distribución hacen que personas alejadas de esos círculos: no tengan información sobre las herramientas disponibles, e incluso teniéndola, no sepan o no puedan acceder a esos canales.
Las entidades financieras están invirtiendo grandes sumas en tecnología, con el deseo de rentabilizarlas lo antes posible, consiguiendo de forma paulatina la disminución de los costes del canal clásico: la oficina bancaria.
La utilización mayoritaria por parte de los clientes está sometida a un cambio generacional que implicará también una evolución de mentalidad. Los GameBoy o Play Station children estarán más dispuestos a emplear estas nuevas tecnologías puesto que les resultarán familiares. Un poco más complicado será evitar nuestra tendencia a “salir a la calle”, aprovechando el excelente clima de que habitualmente disfrutamos. No por casualidad, uno de los países europeos con una utilización mayor de la banca a través de Internet es Finlandia. Está claro que en dicho lugar, cualquier medio que se emplee para evitar salir de casa en el largo invierno será bienvenido.
Aunque la idiosincrasia los ciudadanos de la piel de toro vaya modificándose, es probable que gran parte de la población quede todavía fuera de estos circuitos durante algunos años. Recordemos que el número de ordenadores personales domésticos en nuestro país está por debajo de la media europea. Al igual que los accesos a Internet, cuyo incremento es notable en el segmento profesional pero no tanto en el familiar.
La oferta de servicios financieros “a medida”, es un fenómeno guiado por la demanda sofisticada. No se intente vender un producto estructurado complejo a alguien que sólo desea mantener sus ahorros seguros.
La rapidez en la concesión de operaciones y en la transmisión de datos es una demanda de todos. Pero la realización de las mismas a través de nuevos canales sólo la efectuarán aquéllos que dispongan de la infraestructura adecuada. La bancarización de la población española, junto a la alta densidad de sucursales, hacen difícil que alguien se vea imposibilitado, por el momento, de contratar servicios financieros al estilo clásico.
Los responsables de las entidades aseguran que responden con sus medidas a las tendencias del mercado. Pero sería mejor hablar de tendencias de “parte” del mercado: seguramente la más rentable del mismo. Incrementar la formación financiera y la preparación técnica de sus clientes es un reto en el que la banca debería competir. Ahí se jugará parte de su rentabilidad en el futuro.
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