Entre los criterios de convergencia para el pase a
la tercera fase de la Unión Europea, la correspondiente a la Unión Económica y
Monetaria, uno de cuyos frutos fue la adopción del euro como moneda común hace ya
más de una década, se encontraba la disminución del déficit público por debajo
del 3% de la cifra de PIB y su reducción posterior para cada país miembro. El
resto de requisitos (tipos de interés, inflación y endeudamiento), se
encontraban estrechamente vinculados al cumplimiento de éste.
Para entendernos, la reducción del déficit y el
logro del equilibrio presupuestario (déficit cero) no es otra cosa que acomodar
el nivel de vida con las disponibilidades con que se cuentan, es decir, que en
un período de tiempo, normalmente medido en un año, los ingresos que genera un
Estado sean iguales a los gastos en que incurre.
Pero lo importante de esta actuación no es
cumplirla en un período determinado, sino que este esfuerzo sea continuado en
el futuro, lo que permitirá conseguir crecimientos económicos con una base
firme y duradera.
Es por ello por lo que en su momento se llegó al
acuerdo de lo que en la Cumbre de Sevilla (junio de 2002) se plasmó en el Pacto
de Estabilidad y Crecimiento, por el que todos los países de la eurozona se
comprometían a saldar sus deudas públicas y lograr una balanza de ingresos y gastos
equilibrada.
No es el propósito de estas líneas entrar en lo
referente a la situación en que se encuentran los Estados miembros en la
actualidad, sino señalar una serie de argumentos a favor y en contra de esta
meta del equilibrio presupuestario.
Para lograr el déficit cero, las alternativas se
centran bien en reducir los gastos (la inversión pública, los gastos sociales,
etcétera), bien en incrementar los ingresos (normalmente vía aumento de
impuestos). Ambas opciones, desde un punto de vista político, tienen
inconvenientes, pues en cualquier caso se está exigiendo un sacrifico
continuado por parte de la sociedad (como en estos momentos ocurre en España),
cosa que puede ser aprovechada por la oposición al criticar al gobierno que
tiene la responsabilidad de tomar estas impopulares medidas.
En cuestiones más económicas, el establecimiento
del equilibrio presupuestario, como esfuerzo continuado de moderación del gasto
público, redunda en una mejora de la financiación de la economía, en la misma
cuantía en que el sector público aumenta su ahorro y reduce la carga de su
deuda. Por lo tanto, déficit cero y progreso económico son dos realidades
inseparables.
Además de los efectos en el crecimiento, también
tiene resultados positivos en la creación de empleo, mantenimiento de una tasa
de inversión alta sin recurrir al déficit, reducción de la deuda pública y, por
tanto, bajada de impuestos.
En definitiva, el equilibrio presupuestario (el
déficit cero) es una actitud muy deseable.
Pero decir simplemente si ese objetivo de déficit
cero es bueno o malo nos dejaría sin toda la información necesaria. La bondad
de esta medida tiene mucho que ver con la forma de llevarla a cabo, con la
situación del país, con su grado de eficiencia, la distribución de la
población, de su estructura, etcétera.
Todos sabemos que no se debe gastar más de lo que
se tiene, pero si como individuos nos endeudamos para adquirir un automóvil, o
una vivienda, es decir, para progresar, ¿debería hacer algo parecido el Estado?
Está claro que los gobiernos deben proporcionar un
entorno que facilite financiación barata y suficiente a los agentes económicos
para que puedan operar, crear empleo y fomentar la actividad y el crecimiento.
Por ello, es posible que accesos puntuales al endeudamiento provoquen efectos
positivos sobre la economía en su conjunto.
El debate no es nuevo. Es la controversia
tradicional entre liberales y keynesianos sobre el papel que debe jugar el
Estado en la economía. Y se mantendrá durante largo tiempo. Lo probable es que
siempre exista.
La clave se encuentra en la flexibilidad. El
déficit cero no es el objetivo, la finalidad es el crecimiento, el trabajo, la
financiación, la estabilidad, y ello sólo se logra con políticas coherentes con
la coyuntura. El cero en las cuentas del Estado cuando es innecesario no
conduce más que a aumentar las diferencias con otros países. La flexibilidad a
la hora de contar con esta herramienta y tomarla como eso, como un camino más
entre los muchos disponibles es la fórmula para que dicha opción tenga sus
frutos.
Otra cuestión es que esa flexibilidad, mal
entendida, dé lugar al sobreendeudamiento, del Estado y de los particulares, y
todos los beneficios de esta política de equilibrio presupuestario se vayan al
traste.
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