Pero la sofisticación de los productos financieros y la utilización, cada vez en mayor escala, de tecnologías revolucionarias, ¿no está dejando fuera del mercado a gran número de personas?
Contables, tesoreros y directores financieros se encuentran cómodos en la nueva situación. La visita a las entidades bancarias, o la espera del correo diario para obtener información, está siendo sustituida por una comunicación rápida y directa. La cuestión sobre la que queremos incidir aquí es la “exclusión financiera”.
Y ésta se produce en una doble vertiente: por la oferta a disposición de los clientes y por el modo en que el público llega a ellos.
La innovación financiera ha incrementado la complejidad de los productos que proponen las entidades bancarias a sus clientes. Afortunadamente, en los últimos años se ha venido observando un aumento de la cultura financiera de los consumidores. Pero esa mayor preparación no se da por igual en todos los estratos de la sociedad. De hecho, el grado de complejidad de los instrumentos financieros utilizados se encuentra en función, principalmente, de la cantidad de dinero a invertir y de la propia formación. Cuanto más disminuyen estos indicadores, más identificados con la operativa bancaria tradicional son los productos que se demandan.
Pero no sólo la sofisticación de los productos provoca la exclusión. También los nuevos canales de distribución hacen que personas alejadas de esos círculos: no tengan información sobre las herramientas disponibles, e incluso teniéndola, no sepan o no puedan acceder a esos canales.
Las entidades financieras están invirtiendo grandes sumas en tecnología, con el deseo de rentabilizarlas lo antes posible, consiguiendo de forma paulatina la disminución de los costes del canal clásico: la oficina bancaria.
La utilización mayoritaria por parte de los clientes está sometida a un cambio generacional que implicará también una evolución de mentalidad. Los GameBoy o Play Station children estarán más dispuestos a emplear estas nuevas tecnologías puesto que les resultarán familiares. Un poco más complicado será evitar nuestra tendencia a “salir a la calle”, aprovechando el excelente clima de que habitualmente disfrutamos. No por casualidad, uno de los países europeos con una utilización mayor de la banca a través de Internet es Finlandia. Está claro que en dicho lugar, cualquier medio que se emplee para evitar salir de casa en el largo invierno será bienvenido.
Aunque la idiosincrasia los ciudadanos de la piel de toro vaya modificándose, es probable que gran parte de la población quede todavía fuera de estos circuitos durante algunos años. Recordemos que el número de ordenadores personales domésticos en nuestro país está por debajo de la media europea. Al igual que los accesos a Internet, cuyo incremento es notable en el segmento profesional pero no tanto en el familiar.
La oferta de servicios financieros “a medida”, es un fenómeno guiado por la demanda sofisticada. No se intente vender un producto estructurado complejo a alguien que sólo desea mantener sus ahorros seguros.
La rapidez en la concesión de operaciones y en la transmisión de datos es una demanda de todos. Pero la realización de las mismas a través de nuevos canales sólo la efectuarán aquéllos que dispongan de la infraestructura adecuada. La bancarización de la población española, junto a la alta densidad de sucursales, hacen difícil que alguien se vea imposibilitado, por el momento, de contratar servicios financieros al estilo clásico.
Los responsables de las entidades aseguran que responden con sus medidas a las tendencias del mercado. Pero sería mejor hablar de tendencias de “parte” del mercado: seguramente la más rentable del mismo. Incrementar la formación financiera y la preparación técnica de sus clientes es un reto en el que la banca debería competir. Ahí se jugará parte de su rentabilidad en el futuro.
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