Sea cual sea el ámbito en el que
se utilicen y fijen los objetivos, éstos deben cumplir, entre otras, la
condición de creíbles o alcanzables. Si esta premisa la trasladamos a los
objetivos de déficit público establecidos para España y otros países con
problemas por parte de la Unión Europea (véase Alemania), ésta no se verifica:
incumplido ya el de 2011 y con bastante desviación, parece muy difícil de
conseguirse los previstos de 4,4 por ciento para 2012 y 3 por ciento para 2013.
La razón es obvia, pero repasemos
brevemente la situación. Para reducir el déficit (diferencia entre lo que se
ingresa y lo que se gasta, siendo este último de mayor cuantía), sólo existe
maniobra para influir en el resultado por la vía de los ingresos o de los
gastos, lógicamente.
En cuanto a los gastos, el
Gobierno español ha dado pasos en la buena dirección al disminuir subvenciones
(sería necesario incrementar el descenso en las mismas), reducir gastos
superfluos o eliminar aquellos que no son totalmente necesarios. Aún queda
camino, mucho, que recorrer, para conseguir la verdadera austeridad de las
administraciones públicas, así como llegar a un funcionamiento verdaderamente
eficiente a través de una reordenación total de la organización de lo público
en toda España.
En la parte de los ingresos, el
aumento de los mismos se puede conseguir a través de dos formas: bien subiendo
impuestos, bien aumentando la base de personas y de cantidades que deben pagar
las diferentes figuras impositivas. También es factible, de hecho es la mejor
opción, realizar un uso combinado de ambas. La subida de impuestos ya se está
realizando (no descartamos que haya más) y esta medida tiene de positivo la rapidez
de su resultado. Sin embargo, es negativa en el sentido de que drena renta para
consumo, que redunda en un menor gasto de personas y empresas y no dinamiza la
actividad económica interior. Si a esto le sumamos la actual situación de
recesión, esta medida no sólo no sería positiva sino que incrementaría la
dificultad y el tiempo para salir de esta crisis.
Es por ello que lo lógico es
actuar sobre la base de personas y cantidades. Si hay más contribuyentes,
ganando más, los ingresos por impuestos aumentan. Por esta razón aún se le echa
en falta al Gobierno, tal y como prometió antes de su victoria en las urnas,
las medidas encaminadas a fomentar la actividad de empresas, autónomos y
emprendedores, que lleve a incrementar el nivel de contratación, reduzca el
número de parados (que además implicará menores pagos por prestaciones de
desempleo) y mayores ingresos impositivos. El inconveniente de esta medida es
la lentitud de su respuesta, primero porque son necesarias las manidas reformas
estructurales (laboral, financiera, de la administración pública) y segundo,
porque aun tomándose e implantando estas reformas, su traslado a la economía
real se produciría paulatinamente en el tiempo. ¿Y tenemos tiempo?
Si se mantienen los objetivos de
déficit impuestos por la Unión Europea y sus plazos correspondientes, no hay
tiempo y la única solución es actuar sobre la recaudación impositiva a la
castigada clase media, con los resultados más que previsibles de empeoramiento
y contracción en el crecimiento español.
Adicionalmente, en esta
situación, los mercados financieros estimarían la práctica imposibilidad de
cumplimiento de estos objetivos, es decir, actualmente no son creíbles por
inalcanzables, y los pérfidos especuladores atacarían nuevamente a la deuda
española, con primas de riesgo de nuevo en máximos y apareciendo una zancadilla
adicional a la posible recuperación al ser el dinero más caro para nuestro
país.
Si se revisan esos objetivos, de
forma consensuada, planificando los plazos según la situación real de partida,
imponiendo un calendario exigente pero creíble, los mercados lo analizarían de
forma positiva. Más aún si finalmente se ponen en marcha los verdaderos
mecanismos de rescate necesarios para garantizar la estabilidad de todos los
miembros de la Unión Europea.
Para nada valen las sanciones por
incumplimiento de estos actuales objetivos, pues abundarían en el agujero de la
recesión, incitarían el movimiento especulativo de los mercados y no llevarían
más que a la afirmación de lo inválido que eran las premisas de partida.
El mundo cambia, también lo hacen
las variables económicas, además por definición, y lo que deben hacer los
gestores, los buenos gestores, es variar sus planteamientos para adaptarse a
esos cambios. Eso es lo que de verdad valora el mercado.