Publicado en El Economista el 26 de
abril de 2014
El pasado
jueves, el Tesoro Público informó del éxito en la colocación de bonos a tres,
cinco y diez años consiguiendo, además, reducir a mínimos históricos el interés
ofrecido. En concreto, para el bono a diez años –el que se tiene en cuenta para
calcular la famosa prima de riesgo-, la rentabilidad media se situó en el
3,059%. Esta noticia puede tener una lectura optimista. Pero no todo es de
color de rosa, como pasamos a exponer a continuación.
Si
repasamos en primer lugar los aspectos positivos, las luces, de esta última
colocación de deuda pública española, sin duda encontraríamos que, a pesar de
la caída de la rentabilidad, los inversores siguen teniendo interés por
adquirir nuestros títulos, dado el cambio de percepción sobre el futuro de
nuestra economía, mucho más favorable, lo que indica que el riesgo de
prestarnos dinero es mucho menor –lo que a su vez influye en ese menor tipo de
interés ofrecido/solicitado-. Consecuencia de esto es que la prima de riesgo se
mantiene en esos niveles más que aceptables.
Igualmente,
en el haber de la noticia podríamos incluir la estrategia del Tesoro de ampliar
el plazo medio de la deuda emitida, aprovechando que el mercado se encuentra
tan abierto a su adquisición, lo que da un mayor margen temporal para devolver
esos recursos tomados a préstamo.
Resumiendo,
mejores expectativas económicas para España, que hacen que nuestra deuda siga
demandándose, a unos costes bajos y con un mayor plazo para devolverlos.
Sin
embargo, como hemos comentado, también podemos analizar la noticia con otra
visión y obtener una lectura menos optimista.
Desde
nuestra humilde opinión, nunca hemos entendido la razón de catalogar como éxito
que se siga emitiendo deuda. Podemos hablar de lo beneficioso que es el hecho
de que los títulos españoles sigan siendo demandados, pero lo que estamos
haciendo, en definitiva, es aumentar nuestro endeudamiento, y eso no es
precisamente una buena gestión de las finanzas públicas. Por lo tanto, en el
debe de este hecho habría que anotar el paulatino acercamiento de nuestro deuda
pública al 100% de nuestro PIB –algunos expertos afirman que se alcanzará en este
mismo ejercicio-, y no hay que ser un lince para entender que más deuda implica
más intereses –aunque el coste medio se reduzca por las buenas perspectivas, el
montante total en concepto de servicio de la deuda, los gastos financieros,
aumenta-. A este respecto, el ministro de Economía, Luis de Guindos, anunció
recientemente que las emisiones netas de deuda por parte del Tesoro para 2014
estarán “claramente” por debajo de los 65.000 millones de euros previstos. La
afirmación se basa en la evolución de la recaudación –que depende en gran
medida del crecimiento de nuestra economía- y de los costes de financiación de
la deuda –que ya hemos visto que son favorables-.
No por
contradecir al ministro sino porque el endeudamiento no es algo que se pueda
reducir por decreto, en cualquier caso las sombras no acaban aquí: dado que el
déficit público sigue existiendo, que los ingresos no cubren los gatos del
conjunto de las administraciones, el acceso a los mercados a través de nuevas
emisiones de deuda seguirá produciéndose y, por ello, la deuda seguirá
incrementándose y con ella los intereses a pagar. Sólo podríamos eliminar este
círculo vicioso si el déficit se elimina de forma drástica a través de, por
ejemplo, una reforma seria de la administración pública (central, autonómica y
local), tarea aún pendiente.
No parece
pues que la política económica del gobierno de control del déficit y del
endeudamiento sea la causante de la buena acogida de nuestras emisiones, sino
más bien el cambio de expectativas de los mercados sobre la evolución de nuestra
economía, así como del papel, testimonial pero en cualquier caso valiosísimo,
del Banco Central Europeo.
Las
agencias de calificación también se suman a este breve análisis, en este caso
aportando el dato positivo de una mejora en el rating asignado a nuestro país,
justificado por la mejora de nuestro sector exterior y en la recuperación de la
demanda interna, así como en las reformas estructurales implementadas en el
sector financiero y en el mercado laboral. Sigue quedando pendiente la de la
administración pública.
En
definitiva, luces y sombras en la emisión de deuda por parte del Estado español
y sólo el futuro nos dirá las repercusiones que las decisiones actuales tendrán
en las generaciones venideras.