En el actual debate acerca de si la existente situación económica en la
zona euro se debe solucionar mediante más medidas de austeridad, o si, como se
estaba empezando a sopesar (véase en este sentido “Es bueno revisar el objetivo
de déficit”, El Economista, 27 de
enero de 2012), sería conveniente centrarse en el crecimiento, viene la
realidad irlandesa a aportar más argumentos para la discusión.
Irlanda ha colocado recientemente con bastante éxito sus
emisiones de bonos a largo plazo. Incluso a un tipo de interés menor al que lo
hace el estado español o incluso el italiano. Con ese auténtico triunfo, los
inversores han dado su visto bueno a las medidas tomadas y al resultado
obtenido, e incluso valoran la posibilidad de que, a finales de este año,
termine su dependencia del rescate europeo. Incluso, como ha dicho Holger Schmieding, economista jefe de
Berenberg Bank "Irlanda podría salir del programa de rescate en el momento
que quiera". En este sentido, está cumpliendo las condiciones impuestas
por el Banco Central Europeo para acogerse al programa de compras de bonos (Outright Monetary Transactions ,OMT),
como es el hecho de recuperar el acceso al mercado de bonos.
Su economía está creciendo, lentamente (para este año, las
previsiones de la Comisión Europea contemplan un crecimiento del 1,1% para la economía irlandesa), pero eso ya es
bastante mejor si lo comparamos con otros países de la misma región (sólo
Estonia y Malta lo harán mejor). El empleo está creciendo igualmente (aunque la
cifra de paro sigue siendo muy abultada, ya ha bajado claramente del 15%) y eso
está atrayendo de nuevo a la inversión extranjera. Además, todo lo anterior lo
está consiguiendo sin tener que abandonar sus compromisos de cumplimiento del
déficit impuesto para los próximos ejercicios. No en vano, lo que buscan los
inversores no es otra cosa que seguridad y previsibilidad en las economías
europeas para volver a tener confianza en ellas.
¿Debe seguirse entonces el ejemplo de Irlanda? Salvando las
diferencias con otros países rescatados (Grecia y Portugal), ya que la deuda de
Irlanda no se situaba en un nivel exagerado en los momentos previos al colapso
bancario, eso posibilitó la puesta en marcha de medidas que no cumplían a
rajatabla con una austeridad absoluta, sino más bien se podían calificar de
equilibradas en cuanto a buscar la recuperación sin arruinar el crecimiento por
la vía de los recortes exagerados.
Y eso es lo que muchos responsables políticos y expertos economistas
ven ahora como lo más acertado: la austeridad debe llevarse a cabo, sí, pero a
un ritmo más moderado de lo que se ha hecho hasta ahora, manteniendo ese
balance entre los objetivos presupuestarios y la necesidad de crecer, ayudando
a que el dinero fluya de forma eficiente en las economías.
Frente al control del déficit a toda costa de las primeras
etapas de la crisis de la eurozona, aunque sin olvidar los ajustes (como la
reforma de la administración pública), muchos de ellos ya realizados,
conducentes a que las economías incrementen su productividad, puede haber
llegado el momento en el que se deje espacio para políticas estimuladoras de la
actividad.
La instrumentación de este cambio de tendencia se debería realizar
mediante la relajación de los objetivos a cumplir de déficit para el presente
año y ejercicios posteriores. Eso provocaría un parón en los recortes en
partidas sensibles (Educación y Sanidad), aunque deberían producirse ajustes de
gasto para conseguir que las diferentes administraciones y su entramado
societario se convirtieran realmente en eficientes. Adicionalmente se debería
estimular la actividad mediante la rebaja de impuestos que aumentara la renta
disponible de los consumidores y mejoraría la cifra de negocio de las empresas.
Así sí que se estimularía la aparición de nuevos emprendedores que crearan
empleos: nadie crea una empresa en un erial, sino en un mercado con potencial
de crecimiento.