jueves, 3 de abril de 2014

Ética en Mercados Financieros

La verdad es que las relaciones entre ética y mercados financieros son, cuando menos, problemáticas. Está claro que los mercados en general, el financiero en particular, realiza una función económica muy importante (la canalización del dinero de los ahorradores a quienes desean financiar sus actividades); pero no es menos cierto que cumple también una función ética y social, pues no sólo contribuye al interés particular, sino que responde del bien común.
Pero para que se logre ese bien común de personas y grupos que forman la sociedad, se exige una organización de la actividad económica que facilite a todos la obtención de los recursos necesarios para su desarrollo y, por tanto, las normas de actuación. El propósito de las normas y códigos éticos, desde hace algún tiempo de moda, es establecer los estándares y valores de acuerdo con los cuales las acciones humanas son consideradas buenas o malas.
La ética se refiere a la persona, a su conducta y actuación, tanto en el plano individual como formando parte de un grupo, empresa o institución donde desarrolla su actividad (las empresas son las personas que trabajan en ella). El comportamiento moral se refiere a los individuos, no a las instituciones. Pero está claro que la actuación de las personas determina en último término la reputación de la empresa donde trabajan.
La búsqueda de ese comportamiento ético ha derivado en otras expresiones más actuales o de moda: “gobierno corporativo”, “transparencia corporativa”, que siguen las mismas o parecidas finalidades.
La historia de los mercados financieros, más aún en la más reciente, se encuentra jalonada de episodios que han hecho reducir, y en momentos puntuales incluso hacer desaparecer por completo, la necesaria confianza de todos los que operan en los citados mercados. Ninguno de los grupos de agentes señalados con anterioridad se ha librado de realizar comportamientos que nada tienen que ver con la ética: todos en mayor o menor medida han intentado influir en la cotización de los valores, de acuerdo a sus posibilidades, para manejarlos según sus intereses y conveniencia.
Esos diferentes episodios de escándalos financieros, aunque originados principalmente en el mercado norteamericano, pero con claros ejemplos también en España, normalmente se encuentran relacionados con: malas prácticas de gobierno corporativo, falta de transparencia informativa e, incluso, conflictos de intereses (precisamente los factores identificados como condicionantes de la confianza del inversor), han dañado la confianza en gestores, organismos supervisores, firmas de auditoría y mediadores financieros.
Los escándalos financieros de Enron, Parmalat, o en nuestro país, Gescartera o Forum - Afinsa, entre otros, aunque con características, causas y efectos completamente diferentes, son sólo escasos ejemplos de lo afirmado en el anterior párrafo.
Y es que el mercado de valores está siempre bajo sospecha. La eterna labor de supervisión realizada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) luce muy poco. El propio expresidente del organismo, Manuel Conthe, ha reconocido en multitud de ocasiones la existencia de sospechas por el posible uso de información privilegiada en gran cantidad de operaciones. Por citar sólo algunos ejemplos: Riofisa, Fadesa, Urbis o la interminable Endesa.
Este entorno, cada vez con más escándalos contables, o con el mismo número pero que son más conocidos y de forma más rápida transmitidos a escala internacional, ha provocado la aparición de nuevos organismos, tanto de iniciativa pública como privada, cuyo objetivo es proporcionar, según el caso, más cantidad de normas, leyes o recomendaciones conducentes a conseguir una mayor transparencia en el mercado.
Resulta complicado terminar con una única conclusión la cuestión del comportamiento ético de los analistas en los mercados financieros. Lo que parece evidente es que su actuación es uno de los pilares de la confianza de los inversores en dicho mecanismo del mercado. Aunque no el único.
Parece también evidente que esta actuación de los analistas, si bien no en la inmensa mayoría de los casos, resulta “interesada” y que, para conseguir cumplir los principios de transparencia e igualdad, se hace necesaria la regulación y el control de su actuación.
La labor de regulación no ha acabado aquí, y la misma ha de complementarse con las recomendaciones o autorregulación que las diferentes asociaciones de profesionales existen, como el mejor camino para que los inversores recuperen la confianza perdida.
Pero atención, los analistas no son los únicos actuantes en los mercados financieros, volvemos a repetir, y sólo con un comportamiento ético por parte de todos ellos, comenzando por los poderes públicos, esa confianza en el mecanismo de mercado será repuesta.

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