lunes, 9 de septiembre de 2013

Siria: ¿Deja vu?

Publicado en el Periódico El Economista el 2 de septiembre de 2013.


Y es que el más que probable ataque a Siria, justificado por el empleo de armas químicas –calificada dicha utilización como de obscenidad moral por parte de John Kerry, Secretario de Estado de EE.UU.-, tiene bastantes similitudes con la invasión de Iraq, justificada igualmente por la existencia de armas de destrucción masiva, que posteriormente nunca fueron encontradas.

Como en aquella ocasión, Rusia, junto a otros países, argumenta que no hay pruebas del empleo de ese tipo de armamento, la señala como mera excusa para realizar la invasión, motivada por intereses económicos y políticos, y aboga por una solución política al conflicto. Lógicamente aún desconocemos la verdad en esta ocasión pero, en cualquier caso, lo que vamos a intentar analizar a continuación serán las consecuencias económicas de un conflicto en esta región.

Más que por la importancia de su producción de crudo, lo que hace relevante a Siria es su situación geoestratégica, como punto de confluencia de diferentes oleoductos de Oriente Medio, por lo que un conflicto armado elevaría (ya lo están descontando los mercados) el precio del petróleo. Una subida que sería aún mayor si Irán entrara en defensa de su socio, lo que ampliaría el problema a toda la región (Israel incluido). Y mucho más si las advertencias de Rusia y China acaban haciéndose realidad, con consecuencias mucho más graves en lo que al comercio mundial se refiere.

No sólo el precio del petróleo y, por su subida, la economía mundial se vería afectada por el ataque sino que, por las pruebas de anteriores conflictos armados en la zona, sabemos que éstos no son precisamente fuente de estabilidad, por lo que los inversores de forma automática reducirían e incluso eliminarían su exposición a activos arriesgados, tales como las acciones, con lo que la espiral bajista en estos mercados sería igualmente una consecuencia esperada, aunque nada deseable.

Precios energéticos al alza, elevación de los costes por esta subida y práctica paralización de la producción y el consumo, recuperación económica pospuesta, agravada además por la menor movilidad de recursos financieros, temerosos por las incertidumbres que se extenderían por todo el globo, … Todo lo anterior supondría unas trabas adicionales a la incipiente recuperación económica mundial pues, lo que parece más claro, es que el conflicto en Siria no permanecerá ni mucho menos cerrado a dicho estado.

En cualquier caso, muchas de estas incertidumbres dependen precisamente de que la esperada pero no deseada intervención sea “breve y limitada” como así lo han anunciado responsables norteamericanos, lo que no interrumpiría prácticamente el flujo de crudo, y de que Siria no contraataque y sus aliados no intervengan, pues ello provocaría una guerra abierta en todo el Oriente Medio y que el precio del petróleo superase los máximos históricos de 2008. Y todos recordamos lo que supuso esa subida del “oro negro” –junto a otras circunstancias especialmente negativas-, y cuyas consecuencias, de hecho, seguimos sufriendo desde entonces en lo que es ya la peor recesión desde la Gran Depresión de los años 30. Ello sin pensar en los pronósticos de algunos agoreros que ven una relación automática cada vez que la humanidad se encuentra en una grave crisis económica: un conflicto militar mundial.

Volviendo a la invasión de Irak de 2003, a nuestro Deja vu, las principales consecuencias económicas en aquella ocasión fueron muy similares a las ya señaladas. Entonces se produjo una crisis en EE.UU. provocada por la extensión en el tiempo del conflicto, un aumento del gasto fiscal por esta causa y un incremento de la inflación de la todavía primera potencia mundial; la ya comentada subida de los precios de petróleo, que en 2003 provocó la explotación de combustibles como el bio-diesel, que provocaron que se destinara más terreno a cultivar estos productos que los destinados a la alimentación, con la consiguiente subida de los precios de los alimentos ya conocida. Los beneficiarios de este conflicto fueron los productores de petróleo, entre ellos Venezuela, que con esos petrodólares consiguió financiar las campañas políticas de toda la región de Hispanoamérica.

En esta ocasión podría fácilmente repetirse la historia.

Esperemos, en cualquier caso, que las mentes decisoras se mantengan frías y que la vía diplomática siga teniendo una oportunidad o, cuando menos, que de producirse el conflicto, éste no se extienda y se mantenga circunscrito a la propia Siria para que el mal sea “menor”.

martes, 3 de septiembre de 2013

Más emprendedores. Y más empresarios


Publicado en el periódico El Economista el 2 de gosto de 2013.

No sólo por la tan esperada y comentada Ley de Emprendedores que el Gobierno ha aprobado recientemente, sino por la proliferación en los últimos meses del protagonismo de estos personajes y todo lo relacionado con ellos, a todos los niveles, en todos los medios de comunicación, ha surgido también la cuestión de si no estaremos creando una burbuja de emprendimiento. En mi opinión es que sí, que tenemos una burbuja, aunque matizo a continuación.

Parece que la solución a todos los males que nos afectan es fomentar el emprendimiento. Y estoy de acuerdo con que parte de la salida puede, debe, ser esa. Pero estábamos llegando a unos niveles de incluso fomentar el autoempleo, es decir, que cada persona que se encontrara sin trabajo, creara una actividad que le proporcionara los recursos necesarios para su supervivencia. Desde luego eso reduciría la escandalosa cifra de desempleo en nuestro país, así como la indignante tasa de los jóvenes, amén de otras repercusiones beneficiosas para las arcas públicas, tan necesitadas. Pero esa no es la vía: primero, porque cuando uno emprende una aventura empresarial por el motivo de necesidad, la calidad de ese emprendimiento no suele ser muy elevada, lo que se traduce en una alta mortandad por parte de los negocios así creados, esto es que desaparecen muchas si no todas de las organizaciones generadas. No en vano suele tratarse de individuos menos formados, con puesta en marcha demasiado rápida de ideas poco contrastadas con el mercado y que, por tanto, la única seguridad es que pronto desaparecerán.

Segundo, no es lo que necesita España, o más concretamente, el tejido empresarial español. Es verdad que las empresas pequeñas pueden existir, como es lógico, pero sólo si se trata de especialistas de nicho, de líderes en su segmento.

En los últimos meses, las pocas noticias económicas positivas que se conocen son las cifras de comercio exterior. Las exportaciones crecen, la competitividad exterior de las empresas españolas aumenta, el grado de internacionalización de nuestras corporaciones se incrementa. Y ahí está la cuestión, en las corporaciones, de un tamaño razonable, y no en las microempresas (autoempleo).

Una característica diferenciadora de nuestro tejido empresarial respecto al de otras economías de nuestro entorno es el elevado 95,5% de microempresas (Retrato de las pyme 2013. Subdirección General de Apoyo a la pyme). Consecuencia: la aventura exterior para las empresas pequeñas es muy complicada, a pesar de las bondades y flexibilidad que puedan aportar Internet o las nuevas tecnologías en general a este proceso.

Lo que necesita España es tener un tejido empresarial más concentrado, tener menos pymes y más compañías grandes, con capacidad de dirigirse al mercado global. Lo que debe hacer el gobierno es no sólo fomentar el emprendimiento (siempre seré un defensor de estas medidas), sino ayudar a que las empresas busquen complementariedades y sinergias, que se posicionen en el desarrollo de nuevos productos y servicios, que den entrada en sus organizaciones a las nuevas tecnologías. Necesitamos innovación. Y también innovadores, intraemprendedores, o emprendedores internos en las compañías.

Lo que necesitamos son emprendedores, pero también empresarios. Esta distinción que sólo se aplica en al ámbito académico para distinguir a las empresas en estados iniciales (y, por cierto, qué diferentes connotaciones tienen ambas para otras personas, muy positiva una y tan negativa otra), me sirve para abundar en la idea que he pretendido señalar: no necesitamos emprender por emprender, sino crecer para competir globalmente.

miércoles, 20 de marzo de 2013

¿Está marcando Irlanda el Camino?

Publicado en El Economista, el 19 de marzo de 2013


En el actual debate acerca de si la existente situación económica en la zona euro se debe solucionar mediante más medidas de austeridad, o si, como se estaba empezando a sopesar (véase en este sentido “Es bueno revisar el objetivo de déficit”, El Economista, 27 de enero de 2012), sería conveniente centrarse en el crecimiento, viene la realidad irlandesa a aportar más argumentos para la discusión.

Irlanda ha colocado recientemente con bastante éxito sus emisiones de bonos a largo plazo. Incluso a un tipo de interés menor al que lo hace el estado español o incluso el italiano. Con ese auténtico triunfo, los inversores han dado su visto bueno a las medidas tomadas y al resultado obtenido, e incluso valoran la posibilidad de que, a finales de este año, termine su dependencia del rescate europeo. Incluso, como ha dicho Holger Schmieding, economista jefe de Berenberg Bank "Irlanda podría salir del programa de rescate en el momento que quiera". En este sentido, está cumpliendo las condiciones impuestas por el Banco Central Europeo para acogerse al programa de compras de bonos (Outright Monetary Transactions ,OMT), como es el hecho de recuperar el acceso al mercado de bonos.

Su economía está creciendo, lentamente (para este año, las previsiones de la Comisión Europea contemplan un crecimiento del 1,1% para la economía irlandesa), pero eso ya es bastante mejor si lo comparamos con otros países de la misma región (sólo Estonia y Malta lo harán mejor). El empleo está creciendo igualmente (aunque la cifra de paro sigue siendo muy abultada, ya ha bajado claramente del 15%) y eso está atrayendo de nuevo a la inversión extranjera. Además, todo lo anterior lo está consiguiendo sin tener que abandonar sus compromisos de cumplimiento del déficit impuesto para los próximos ejercicios. No en vano, lo que buscan los inversores no es otra cosa que seguridad y previsibilidad en las economías europeas para volver a tener confianza en ellas.

¿Debe seguirse entonces el ejemplo de Irlanda? Salvando las diferencias con otros países rescatados (Grecia y Portugal), ya que la deuda de Irlanda no se situaba en un nivel exagerado en los momentos previos al colapso bancario, eso posibilitó la puesta en marcha de medidas que no cumplían a rajatabla con una austeridad absoluta, sino más bien se podían calificar de equilibradas en cuanto a buscar la recuperación sin arruinar el crecimiento por la vía de los recortes exagerados.

Y eso es lo que muchos responsables políticos y expertos economistas ven ahora como lo más acertado: la austeridad debe llevarse a cabo, sí, pero a un ritmo más moderado de lo que se ha hecho hasta ahora, manteniendo ese balance entre los objetivos presupuestarios y la necesidad de crecer, ayudando a que el dinero fluya de forma eficiente en las economías.

Frente al control del déficit a toda costa de las primeras etapas de la crisis de la eurozona, aunque sin olvidar los ajustes (como la reforma de la administración pública), muchos de ellos ya realizados, conducentes a que las economías incrementen su productividad, puede haber llegado el momento en el que se deje espacio para políticas estimuladoras de la actividad.

La instrumentación de este cambio de tendencia se debería realizar mediante la relajación de los objetivos a cumplir de déficit para el presente año y ejercicios posteriores. Eso provocaría un parón en los recortes en partidas sensibles (Educación y Sanidad), aunque deberían producirse ajustes de gasto para conseguir que las diferentes administraciones y su entramado societario se convirtieran realmente en eficientes. Adicionalmente se debería estimular la actividad mediante la rebaja de impuestos que aumentara la renta disponible de los consumidores y mejoraría la cifra de negocio de las empresas. Así sí que se estimularía la aparición de nuevos emprendedores que crearan empleos: nadie crea una empresa en un erial, sino en un mercado con potencial de crecimiento.

jueves, 17 de enero de 2013

La banca gana... ¿es malo?

Publicado por El Economista el 17/01/2013

Recientemente, los reguladores internacionales reunidos en Basilea, Suiza, acordaron rebajar las exigencias de liquidez que las entidades financieras deben mantener. Lo primero que hay que decir es que las reglas emanadas por este organismo, el Banco de Pagos Internacionales, más conocido por sus siglas en inglés (BIS), no tienen fuerza ejecutiva hasta que cada país lo incorpora a su entramado legislativo, cosa que en Europa se realiza con bastante rapidez, al contrario que en EEUU, donde la lentitud de adaptación a estos compromisos es palpable.

Esa liquidez bancaria se mide a través de los activos que las entidades tienen y que pueden ser vendidos rápida y fácilmente (sin pérdida) de forma que les permita hacer frente a una inesperada retirada de depósitos por parte de la clientela. Con estas nuevas relajadas reglas, para cumplir con la ratio de cobertura de esta liquidez sería posible utilizar títulos de renta fija de una calificación crediticia más baja (peor o con mayor riesgo de crédito), e incluso acciones o títulos de renta variable, a priori con mayor riesgo de liquidez y de precio.
Adicionalmente, se prorroga el tiempo para cumplir con dichas exigencias, ampliándose hasta el primero de enero de 2019, frente al plazo anterior, que finalizaba en el mismo día pero de 2015.
La noticia puede generar controversia ante el clamor popular de que los bancos paguen por sus errores del pasado y por su responsabilidad en la crisis presente. En esta línea, el castigo para sus accionistas sería el tener que destinar parte de sus recursos a activos líquidos, por definición poco rentables, pero que representen gran solvencia, como forma de asegurar que una crisis como la actual no se vuelva a producir.
Sin embargo, la medida inicial podría ir en contra de otra premisa que en la actualidad está cobrando mayor relevancia: conseguir que las economías vuelvan a la senda del crecimiento. Todos los recursos que los bancos destinen a cumplir los requerimientos de liquidez y solvencia son recursos que no se destinan a los préstamos a empresas, autónomos o particulares, en definitiva a la inversión y consumo, que por definición no son líquidos.
Es normal y muy comprensible que todos aquellos que nos ponemos en el lugar de las víctimas de las malas prácticas bancarias y las propias víctimas podamos ver inapropiadas estas nuevas regulaciones (más cuando se observa que las ayudas financieras también tienen como destino los bancos y no los que peor lo están pasando: las personas).
Pero la labor que ahora se presenta ineludible es hacer ver a estas personas que, tal y como está estructurado el sistema financiero a nivel internacional, la única vía para salir de este atolladero de la recesión es contar con el papel de los bancos. Otra cosa será idear un nuevo modelo que evite estas situaciones, pero que sólo se puede diseñar e implementar cuando el problema se haya resuelto.
El debate que debería surgir tras todo lo anterior es si con esta medida únicamente se puede conseguir recuperar el crecimiento económico o, mejor dicho, qué otras acciones deben implementarse para alcanzar este objetivo. Cualesquiera que sean las decisiones, han de ir en la dirección de no disminuir aún más la renta disponible de consumidores y empresas por la vía impositiva, relajar en el calendario los ajustes o recortes necesarios para hacer competitiva nuestra economía y, de una vez por todas, acometer la verdadera reforma de la Administración Pública.
En cualquier caso, cinco años después del estallido de la crisis, la banca gana. Ahora queda esperar que hayan aprendido de sus errores, ayuden a generar crecimiento y su victoria no sea especialmente algo malo.