martes, 29 de abril de 2014

Luces y sombras en la emisión de deuda


Publicado en El Economista el 26 de abril de 2014

El pasado jueves, el Tesoro Público informó del éxito en la colocación de bonos a tres, cinco y diez años consiguiendo, además, reducir a mínimos históricos el interés ofrecido. En concreto, para el bono a diez años –el que se tiene en cuenta para calcular la famosa prima de riesgo-, la rentabilidad media se situó en el 3,059%. Esta noticia puede tener una lectura optimista. Pero no todo es de color de rosa, como pasamos a exponer a continuación.

Si repasamos en primer lugar los aspectos positivos, las luces, de esta última colocación de deuda pública española, sin duda encontraríamos que, a pesar de la caída de la rentabilidad, los inversores siguen teniendo interés por adquirir nuestros títulos, dado el cambio de percepción sobre el futuro de nuestra economía, mucho más favorable, lo que indica que el riesgo de prestarnos dinero es mucho menor –lo que a su vez influye en ese menor tipo de interés ofrecido/solicitado-. Consecuencia de esto es que la prima de riesgo se mantiene en esos niveles más que aceptables.

Igualmente, en el haber de la noticia podríamos incluir la estrategia del Tesoro de ampliar el plazo medio de la deuda emitida, aprovechando que el mercado se encuentra tan abierto a su adquisición, lo que da un mayor margen temporal para devolver esos recursos tomados a préstamo.

Resumiendo, mejores expectativas económicas para España, que hacen que nuestra deuda siga demandándose, a unos costes bajos y con un mayor plazo para devolverlos.

Sin embargo, como hemos comentado, también podemos analizar la noticia con otra visión y obtener una lectura menos optimista.

Desde nuestra humilde opinión, nunca hemos entendido la razón de catalogar como éxito que se siga emitiendo deuda. Podemos hablar de lo beneficioso que es el hecho de que los títulos españoles sigan siendo demandados, pero lo que estamos haciendo, en definitiva, es aumentar nuestro endeudamiento, y eso no es precisamente una buena gestión de las finanzas públicas. Por lo tanto, en el debe de este hecho habría que anotar el paulatino acercamiento de nuestro deuda pública al 100% de nuestro PIB –algunos expertos afirman que se alcanzará en este mismo ejercicio-, y no hay que ser un lince para entender que más deuda implica más intereses –aunque el coste medio se reduzca por las buenas perspectivas, el montante total en concepto de servicio de la deuda, los gastos financieros, aumenta-. A este respecto, el ministro de Economía, Luis de Guindos, anunció recientemente que las emisiones netas de deuda por parte del Tesoro para 2014 estarán “claramente” por debajo de los 65.000 millones de euros previstos. La afirmación se basa en la evolución de la recaudación –que depende en gran medida del crecimiento de nuestra economía- y de los costes de financiación de la deuda –que ya hemos visto que son favorables-.

No por contradecir al ministro sino porque el endeudamiento no es algo que se pueda reducir por decreto, en cualquier caso las sombras no acaban aquí: dado que el déficit público sigue existiendo, que los ingresos no cubren los gatos del conjunto de las administraciones, el acceso a los mercados a través de nuevas emisiones de deuda seguirá produciéndose y, por ello, la deuda seguirá incrementándose y con ella los intereses a pagar. Sólo podríamos eliminar este círculo vicioso si el déficit se elimina de forma drástica a través de, por ejemplo, una reforma seria de la administración pública (central, autonómica y local), tarea aún pendiente.

No parece pues que la política económica del gobierno de control del déficit y del endeudamiento sea la causante de la buena acogida de nuestras emisiones, sino más bien el cambio de expectativas de los mercados sobre la evolución de nuestra economía, así como del papel, testimonial pero en cualquier caso valiosísimo, del Banco Central Europeo.

Las agencias de calificación también se suman a este breve análisis, en este caso aportando el dato positivo de una mejora en el rating asignado a nuestro país, justificado por la mejora de nuestro sector exterior y en la recuperación de la demanda interna, así como en las reformas estructurales implementadas en el sector financiero y en el mercado laboral. Sigue quedando pendiente la de la administración pública.

En definitiva, luces y sombras en la emisión de deuda por parte del Estado español y sólo el futuro nos dirá las repercusiones que las decisiones actuales tendrán en las generaciones venideras.

jueves, 10 de abril de 2014

Déficit Cero


Entre los criterios de convergencia para el pase a la tercera fase de la Unión Europea, la correspondiente a la Unión Económica y Monetaria, uno de cuyos frutos fue la adopción del euro como moneda común hace ya más de una década, se encontraba la disminución del déficit público por debajo del 3% de la cifra de PIB y su reducción posterior para cada país miembro. El resto de requisitos (tipos de interés, inflación y endeudamiento), se encontraban estrechamente vinculados al cumplimiento de éste.

Para entendernos, la reducción del déficit y el logro del equilibrio presupuestario (déficit cero) no es otra cosa que acomodar el nivel de vida con las disponibilidades con que se cuentan, es decir, que en un período de tiempo, normalmente medido en un año, los ingresos que genera un Estado sean iguales a los gastos en que incurre.

Pero lo importante de esta actuación no es cumplirla en un período determinado, sino que este esfuerzo sea continuado en el futuro, lo que permitirá conseguir crecimientos económicos con una base firme y duradera.

Es por ello por lo que en su momento se llegó al acuerdo de lo que en la Cumbre de Sevilla (junio de 2002) se plasmó en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por el que todos los países de la eurozona se comprometían a saldar sus deudas públicas y lograr una balanza de ingresos y gastos equilibrada.

No es el propósito de estas líneas entrar en lo referente a la situación en que se encuentran los Estados miembros en la actualidad, sino señalar una serie de argumentos a favor y en contra de esta meta del equilibrio presupuestario.

Para lograr el déficit cero, las alternativas se centran bien en reducir los gastos (la inversión pública, los gastos sociales, etcétera), bien en incrementar los ingresos (normalmente vía aumento de impuestos). Ambas opciones, desde un punto de vista político, tienen inconvenientes, pues en cualquier caso se está exigiendo un sacrifico continuado por parte de la sociedad (como en estos momentos ocurre en España), cosa que puede ser aprovechada por la oposición al criticar al gobierno que tiene la responsabilidad de tomar estas impopulares medidas.

En cuestiones más económicas, el establecimiento del equilibrio presupuestario, como esfuerzo continuado de moderación del gasto público, redunda en una mejora de la financiación de la economía, en la misma cuantía en que el sector público aumenta su ahorro y reduce la carga de su deuda. Por lo tanto, déficit cero y progreso económico son dos realidades inseparables.

Además de los efectos en el crecimiento, también tiene resultados positivos en la creación de empleo, mantenimiento de una tasa de inversión alta sin recurrir al déficit, reducción de la deuda pública y, por tanto, bajada de impuestos.

En definitiva, el equilibrio presupuestario (el déficit cero) es una actitud muy deseable.

 
Pero decir simplemente si ese objetivo de déficit cero es bueno o malo nos dejaría sin toda la información necesaria. La bondad de esta medida tiene mucho que ver con la forma de llevarla a cabo, con la situación del país, con su grado de eficiencia, la distribución de la población, de su estructura, etcétera.

Todos sabemos que no se debe gastar más de lo que se tiene, pero si como individuos nos endeudamos para adquirir un automóvil, o una vivienda, es decir, para progresar, ¿debería hacer algo parecido el Estado?

Está claro que los gobiernos deben proporcionar un entorno que facilite financiación barata y suficiente a los agentes económicos para que puedan operar, crear empleo y fomentar la actividad y el crecimiento. Por ello, es posible que accesos puntuales al endeudamiento provoquen efectos positivos sobre la economía en su conjunto.

El debate no es nuevo. Es la controversia tradicional entre liberales y keynesianos sobre el papel que debe jugar el Estado en la economía. Y se mantendrá durante largo tiempo. Lo probable es que siempre exista.

La clave se encuentra en la flexibilidad. El déficit cero no es el objetivo, la finalidad es el crecimiento, el trabajo, la financiación, la estabilidad, y ello sólo se logra con políticas coherentes con la coyuntura. El cero en las cuentas del Estado cuando es innecesario no conduce más que a aumentar las diferencias con otros países. La flexibilidad a la hora de contar con esta herramienta y tomarla como eso, como un camino más entre los muchos disponibles es la fórmula para que dicha opción tenga sus frutos.

Otra cuestión es que esa flexibilidad, mal entendida, dé lugar al sobreendeudamiento, del Estado y de los particulares, y todos los beneficios de esta política de equilibrio presupuestario se vayan al traste.

jueves, 3 de abril de 2014

Ética en Mercados Financieros

La verdad es que las relaciones entre ética y mercados financieros son, cuando menos, problemáticas. Está claro que los mercados en general, el financiero en particular, realiza una función económica muy importante (la canalización del dinero de los ahorradores a quienes desean financiar sus actividades); pero no es menos cierto que cumple también una función ética y social, pues no sólo contribuye al interés particular, sino que responde del bien común.
Pero para que se logre ese bien común de personas y grupos que forman la sociedad, se exige una organización de la actividad económica que facilite a todos la obtención de los recursos necesarios para su desarrollo y, por tanto, las normas de actuación. El propósito de las normas y códigos éticos, desde hace algún tiempo de moda, es establecer los estándares y valores de acuerdo con los cuales las acciones humanas son consideradas buenas o malas.
La ética se refiere a la persona, a su conducta y actuación, tanto en el plano individual como formando parte de un grupo, empresa o institución donde desarrolla su actividad (las empresas son las personas que trabajan en ella). El comportamiento moral se refiere a los individuos, no a las instituciones. Pero está claro que la actuación de las personas determina en último término la reputación de la empresa donde trabajan.
La búsqueda de ese comportamiento ético ha derivado en otras expresiones más actuales o de moda: “gobierno corporativo”, “transparencia corporativa”, que siguen las mismas o parecidas finalidades.
La historia de los mercados financieros, más aún en la más reciente, se encuentra jalonada de episodios que han hecho reducir, y en momentos puntuales incluso hacer desaparecer por completo, la necesaria confianza de todos los que operan en los citados mercados. Ninguno de los grupos de agentes señalados con anterioridad se ha librado de realizar comportamientos que nada tienen que ver con la ética: todos en mayor o menor medida han intentado influir en la cotización de los valores, de acuerdo a sus posibilidades, para manejarlos según sus intereses y conveniencia.
Esos diferentes episodios de escándalos financieros, aunque originados principalmente en el mercado norteamericano, pero con claros ejemplos también en España, normalmente se encuentran relacionados con: malas prácticas de gobierno corporativo, falta de transparencia informativa e, incluso, conflictos de intereses (precisamente los factores identificados como condicionantes de la confianza del inversor), han dañado la confianza en gestores, organismos supervisores, firmas de auditoría y mediadores financieros.
Los escándalos financieros de Enron, Parmalat, o en nuestro país, Gescartera o Forum - Afinsa, entre otros, aunque con características, causas y efectos completamente diferentes, son sólo escasos ejemplos de lo afirmado en el anterior párrafo.
Y es que el mercado de valores está siempre bajo sospecha. La eterna labor de supervisión realizada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) luce muy poco. El propio expresidente del organismo, Manuel Conthe, ha reconocido en multitud de ocasiones la existencia de sospechas por el posible uso de información privilegiada en gran cantidad de operaciones. Por citar sólo algunos ejemplos: Riofisa, Fadesa, Urbis o la interminable Endesa.
Este entorno, cada vez con más escándalos contables, o con el mismo número pero que son más conocidos y de forma más rápida transmitidos a escala internacional, ha provocado la aparición de nuevos organismos, tanto de iniciativa pública como privada, cuyo objetivo es proporcionar, según el caso, más cantidad de normas, leyes o recomendaciones conducentes a conseguir una mayor transparencia en el mercado.
Resulta complicado terminar con una única conclusión la cuestión del comportamiento ético de los analistas en los mercados financieros. Lo que parece evidente es que su actuación es uno de los pilares de la confianza de los inversores en dicho mecanismo del mercado. Aunque no el único.
Parece también evidente que esta actuación de los analistas, si bien no en la inmensa mayoría de los casos, resulta “interesada” y que, para conseguir cumplir los principios de transparencia e igualdad, se hace necesaria la regulación y el control de su actuación.
La labor de regulación no ha acabado aquí, y la misma ha de complementarse con las recomendaciones o autorregulación que las diferentes asociaciones de profesionales existen, como el mejor camino para que los inversores recuperen la confianza perdida.
Pero atención, los analistas no son los únicos actuantes en los mercados financieros, volvemos a repetir, y sólo con un comportamiento ético por parte de todos ellos, comenzando por los poderes públicos, esa confianza en el mecanismo de mercado será repuesta.

jueves, 27 de marzo de 2014

La importancia del Liderazgo

Señalaba Warren Bennis, que “probablemente sea el liderazgo más que cualquier otro tópico, el tema sobre el que más se ha escrito, pero del que menos se conoce”. Acertada afirmación, de la que difícilmente se puede discrepar teniendo en cuenta la impresionante cantidad de literatura que uno encuentra sobre el tema.
Ahora bien, ¿por qué se ha prestado (y se continúa prestando) tanta atención al liderazgo…?
Dos son las razones que explican en nuestra opinión el protagonismo del liderazgo en la literatura del Management:

a) La primera, de puro sentido común, es que el liderazgo resulta un tema atractivo en sí mismo, per se, como dirían los clásicos, que a casi nadie deja indiferente Y es que esto parece innegable y merece la pena intentar refutarlo (decía un sabio fiscal que “probar la evidencia es cosa de idiotas”): hay temas que a la mayoría llaman la atención y otros que no. Por supuesto, para gustos se pintan colores, no nos entiendan mal, pero en esencia hay materias que por su sólo nombre despiertan interés en el común de los mortales y otras que los espantan.
¿No se lo creen? Piensen por un momento, qué les atraería más en principio, una conferencia sobre “el liderazgo en el siglo XXI” u otra sobre “el legado de los presocráticos”; no piensen en términos micro, sino macro, abstrayéndose de sus preferencias personales. De hecho, a los autores del presente artículo ambas nos resultarían igualmente atractivas, pero no creemos representar la opinión mayoritaria. Así, la reflexión a hacerse se plantea más bien en estos términos: imagine que la pregunta anterior se le hace a 100 personas escogidas al azar, ¿cuántas creen que se decantarían por una u otra conferencia? Nos atrevemos a apostar por un 70/30 (a favor del liderazgo) y admitiendo sin problemas que si sustituyésemos el liderazgo por el fútbol en esta encuesta virtual, mejor ni comentar el resultado.
Esta primera razón que hace del liderazgo un tema en sí llamativo para gran parte de las personas hay que buscarla en el sentido común, como ya señalábamos con anterioridad y si subrayamos sentido común es con toda la intención
Ø  Porque a través de los sentidos, ya sea el olfato, la vista, el oído, gusto o tacto le proporcionamos información al cerebro y al existir tantos artículos sobre el liderazgo, tantas películas sobre líderes, al ser una palabra tan presente en la prensa, el tema lo percibimos o sentimos como “conocido”, es decir, “nos suena”.
La costumbre, dicen/decimos los abogados, hace ley y al estar permanentemente acostumbrados a ver/leer/escuchar, aunque sea de pasada, cosas relacionadas con el liderazgo , nuestro cerebro las percibe como algo conocido y no ajeno.
Ø  También porque no sólo es sentido, sino común, normal, ordinario, usual en contraposición a excepcional o especializado. El hombre “medio”, la “ordinary people” de la que nos habló Robert Redford en su película busca la simplicidad (que no la simpleza) y esa simplicidad la encuentra a priori en mayor medida en el liderazgo que, por ejemplo, en los presocráticos.
El sentido común es pues como la “primera impresión”, algo ligado en cierto modo a la intuición y por ello esta primera impresión es la que cuenta. El nominalismo no entiende de contenidos, no prejuzga el fondo, pero precisamente por ello hay nombres/temas que a priori, por sí mismos, captan nuestra atención mucho más que otros que incluso pueden llegar a ahuyentarnos.

b)    Pero si bien el sentido común es de por sí importante razón para justificar el interés que el liderazgo despierta, no basta por sí sola. Ya saben aquello de que quizás sea condición necesaria, pero no suficiente. Y aquí es donde aparece la segunda razón: Se trata de la impresión que también casi todos tenemos de que el liderazgo, como muchos otros conceptos del Management, será aplicable a muchas facetas de nuestra vida, por lo que nos resultará de utilidad.
Es la vieja máxima de la praxis: Si lo puedo aplicar en mi vida, si me resulta “útil”, entonces me vale.
El liderazgo es uno de los conceptos estrella del Management, palabra inglesa que como bien nos recuerda Cubeiro en “La sensación de fluidez” tiene raíces latinas, “manus” y del italiano, “maneggiare” (que también procede de “manus”). Por eso interesa tanto el liderazgo, porque resulta de utilidad para “manejarse, gobernarse en el complejo mundo empresarial. ¿Sólo en dicho ámbito? La respuesta sólo puede ser no, al menos para los defensores de un enfoque holístico que se niega a considerar a la persona como un ser estanco divisible en distintas facetas estancas (laboral, familiar, etc.)
Nada más lejos de la realidad y por ello en nuestra visión integradora el liderazgo no sólo sería aplicable al mundo del trabajo, sino en general a toda nuestra vida y…¿puede haber algo más sugerente para alguien que ser capaz de “manejar”, de liderar su propia vida?

jueves, 20 de marzo de 2014

Franquicias Financieras

Las fusiones entre empresas suelen tener como uno de sus resultados, la mayoría de las ocasiones, procesos de reestructuración de plantillas, al ser precisamente una de las “ventajas” de dicha operación empresarial, la reducción del coste de personal.
Las fusiones entre entidades financieras -o la reestructuración de las mismas-, no son ajenas a esta consecuencia. Aunque en algunos casos se pactan salidas profesionales para estos trabajadores, ya sea a través de la reocupación, la jubilación anticipada o algún otro tipo de acuerdo, algunos de ellos pueden optar por el autoempleo como una alternativa a tener en cuenta.
Profesionales con experiencia del sector financiero son las personas idóneas para asesorar sobre servicios y productos financieros. Y como una de las alternativas del autoempleo, además de la creación de una asesoría de este tipo, es la franquicia financiera, es muy posible que esta alternativa, aún no muy extendida entre nosotros, pero de gran tradición en EE.UU., empiece a tener gran número de adeptos.
La proliferación de productos financieros, así como el grado de complejidad de los mismos, produce una gran cantidad de información que puede provocar la desorientación de los usuarios. Al igual que la figura del agente de seguros o los asesores fiscales, los asesores financieros pueden tener un importante nicho de mercado.
En las líneas que siguen presentamos los principales puntos de una empresa de Franquicia de Servicios Financieros, como medio de explicar en qué consiste este negocio.

Asesoramiento financiero independiente y personal

Una franquicia financiera independiente tiene como objetivo cubrir la creciente demanda de asesoramiento en este mercado motivada por la amplia oferta de productos emitidos por las entidades financieras. Este hecho, además de provocar desconcierto entre los pequeños ahorradores y en personas no expertas, resulta muy complejo a la hora de decidir qué banco ofrecerá las mejores condiciones.
La compañía, por tanto, está dedicada al asesoramiento y la consultoría empresarial en el área financiera, principalmente en inversión y financiación, orientando de forma independiente a empresas y particulares sobre qué productos de inversión y financiación son los más adecuados.
Los clientes de este tipo de empresas acuden con la seguridad de que serán asesorados de forma clara y objetiva, al tiempo que profesional. Los productos que ofrece son los mismos de cualquier entidad financiera, con la diferencia que aconseja de forma totalmente independiente sobre la mejor solución para los intereses del cliente. Además, atiende a cualquier particular o empresa, independientemente de sus circunstancias personales o profesionales y del volumen de la operación.
Los franquiciados operan como una oficina bancaria tradicional con la diferencia de que los productos y servicios ofertados son de diferentes entidades financieras.
Igualmente, la franquicia financiera es una fórmula que utilizan algunas entidades financieras para crecer en ciudades pequeñas con oficinas que comercializan sus productos bajo el logo de la entidad, pero que no son propiamente una oficina bancaria.

Productos y Servicios

Además de los productos bancarios típicos, una franquicia financiera normalmente ofrece asesoramiento y tramita ayudas y subvenciones, venta de negocios, operaciones de capital riesgo o búsqueda de socios, entre otras operaciones.
El catálogo de servicios se completa con una amplia gama de productos de inversión, desde planes de jubilación hasta inversiones de renta variable, pasando por planes de inversión garantizada o gestión del patrimonio. Al no depender de una entidad, pueden garantizar absoluta independencia a la hora de evaluar la oferta que más conviene a cada cliente.

Perfil del franquiciado

El perfil del franquiciado corresponde al de una persona con facilidad de contacto, que inspire confianza y sepa asimilar y transmitir la idea de negocio.
La actividad se inicia con el abono de unos derechos de entrada, como cualquier otra franquicia, que suelen incluir programas informáticos, impresos, carteles y documentos de papelería, publicidad de lanzamiento inicial y un curso de formación de corta duración.
Para conocer las necesidades concretas de inversión inicial, los requisitos previos que deben cumplir los candidatos, así como otra información sobre el plazo estimado de recuperación de la inversión o su rentabilidad, ya se hace necesario un estudio más detallado de cada una de estas franquicias en concreto.

jueves, 13 de marzo de 2014

¿Inutilidad de los valores empresariales?

En los últimos meses (años), más y más noticias sobre escándalos y actuaciones corruptas han salpicado, en mayor o menor medida, a los responsables de las entidades financieras. La cuestión suscitada gira entorno a la responsabilidad que tienen estas entidades en estas actuaciones. Por un lado podría identificarse una responsabilidad legal, que no se encuentra dentro de los objetivos que nos plantemos en estas líneas. De otro, una responsabilidad moral o ética, en la que sí nos centraremos.
Independientemente del riesgo operativo que conllevan estas operaciones (préstamos a promotores, partidos políticos o miembros del propio consejo de administración, sin el cumplimiento mínimo de unos estándares que luego sí se exigen al resto de la clientela)  para la entidad financiera, está claro que supone un menoscabo para la imagen de la financiadora.
Algunas entidades han argumentado que procedieron de la manera que les dictaba su código ético, con lo que habría que concluir con lo inútil que dicho código ético o de conducta, así como los valores corporativos de las entidades financieras resultan.
Sobre la inutilidad de los valores y el modo de replantearlos para que sean válidos y aplicables en la práctica versan las siguientes líneas.
Si repasamos los valores corporativos de cualquier entidad financiera española, básicamente se repiten en todas ellas los siguientes: Bien común, Integridad, Honradez, Imparcialidad, Justicia, Transparencia, Rendición de cuentas, Respeto al entorno cultural y ecológico, Respeto a la legislación como ética mínima, Generosidad, Igualdad, Respeto, Participación, Responsabilidad, Eficiencia, Liderazgo, Profesionalidad, Ética en la gestión, Calidad, Desarrollo personal y profesional, etcétera.
La primera característica que se aprecia de la anterior enumeración es que se trata de una lista tan larga, que resulta prácticamente imposible memorizarlos por parte de directivos y empleados, por lo que difícilmente podrán llevarse a la práctica y, por tanto, hacerlos cumplir.
Otro defecto que presentan es la inexistencia de criterios concretos -pues se trata de una simple enumeración de deseos, más que otra cosa-, lo que no permite implantar estrategias funcionales y adopción de decisiones. Se trata de generalizaciones, poco propensas a influir en el día a día de la plantilla.
De hecho, la mayoría de estas “buenas intenciones”, no incumben más que a quienes diseñan las estrategias y toman las grandes decisiones, por lo que la mayoría de los empleados, ni tienen referencia de los valores, ni se les ha tenido en cuenta a la hora de determinarlos, lo que complica su cumplimiento.
Todo lo anterior puede acarrear serios problemas a la entidad si empleados y clientes, sobre todo estos últimos, exigen legalmente su aplicación, puesto que este listado obliga demasiado a la compañía, lo que puede acabar poniendo en apuros a la empresa.
En la figura que acompaña estas líneas representamos esquemáticamente las razones por las que los valores corporativos son poco apreciados por los directivos de una corporación y resultan poco operativos en la práctica.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Fuente: CLI Consultores, S.A.
¿Por qué los directivos de una entidad son los primeros en despreciar los valores corporativos de la empresa donde desarrollan su actividad?
En primer lugar, por que los propios directivos no acaban de entender lo que son los valores corporativos, en qué consisten y, por tanto, cuánto pueden aportar a su organización. Piensan, por un lado, que su papel es meramente decorativo: quedan perfectamente en la memoria de la compañía o en la página de Internet. Además, como nuestros competidores también los tienen …
Por otro lado, no es algo en lo que estudiosos e investigadores hayan profundizado, menos aún publicado y, por ello, las consultoras o empresas de formación rara vez los incorporan a su oferta de servicios.
Dado lo anterior, apenas se les dedica tiempo para su determinación. A la hora de confeccionar los valores, o bien se copia literalmente lo que la competencia ofrece públicamente, o bien se le dedica muy poco tiempo y se resuelve sumariamente.
Tratándose de una cuestión “estratégica”, la cuestión no resulta baladí, pues afectando principalmente a los departamentos de recursos humanos, comunicación y marketing, no se integran perfectamente en las áreas funcionales de la empresa.
Por último, tienen el inconveniente de ser “factores indirectos”, es decir, no tienen una relación cusa-efecto directa, que permita atribuirles resultados cuantificables al rendimiento, lo que redunda en la infravaloración que sufren.

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Para cuándo la desregulación?


Publicado en el Economista el 27/02/2014

 

En el período anterior a la penúltima crisis, los economistas identificamos, entre otras tendencias, la denominada desintermediación, que viene a ser el proceso por el que la importancia de los clásicos intermediarios financieros (la banca) va reduciéndose a favor de otra financiación más directa entre agentes económicos (los mercados). Aunque este proceso no se produjo de forma acusada en nuestro país -pues la financiación bancaria sigue siendo la predominante en nuestras empresas, más si lo comparamos con las economías anglosajonas-, sí es verdad que el acceso al mercado a través de las diferentes emisiones de papel, sobre todo para las muy grandes empresas, se incrementó.

No sólo por esta tendencia, sino también por la paulatina reducción de los tipos de interés, la banca se trasladó de su negocio tradicional (la intermediación, prestando caro y financiándose barato, quedándose con la diferencia, el denominado margen de intermediación), a la mediación en mercados financieros, asesorando y ayudando a colocar los títulos procedentes de las nuevas emisiones en el mercado (obteniendo una vía nueva de ingresos vía comisiones.

Los gobiernos, con su afán regulatorio tan insaciable, establecieron más y más normas a la nueva actividad (aunque muchos quieran ver lo contrario), como también lo había tenido la tradicional. Si bien la calidad de estas nuevas normas no fue la adecuada, como lo puede atestiguar la crisis financiera que en el verano de 2007 comenzó a generarse y con las consecuencias que aún estamos sufriendo.
En el momento actual, otro término similar parece que se está imponiendo: la tendencia a la desbancarización, que podríamos definir como el proceso a disminuir radicalmente el peso de la banca en los canales de financiación de empresas. Este fenómeno ha dado lugar a la aparición, más reciente en nuestro país que en otros en los que cuentan con más tradición, de fondos de financiación directa o direct lending, en su acepción inglesa más extendida.

Sin entrar en detalles de que este tipo de instrumentos, al menos por ahora, son más indicados para empresas medianas y grandes (y en España, que contamos con una gran porcentaje de PYMPE –pequeña y muy pequeña empresa-), su aportación a la solución del cierre del grifo del crédito será pequeña. Por cierto, el interés de España y sus empresas como destino de la liquidez internacional es un aspecto positivo con el que debemos quedarnos.

Aun así, la capacidad regulatoria (y controladora, con todas sus implicaciones) de los políticos sigue en forma, ahora con la traslación a nuestra regulación de las normas de Basilea III, mucho más exigente y limitadora a la hora de que la empresa bancaria conceda préstamos (provocada además por otras situaciones perversas emanadas de los propios poderes públicos). Adicionalmente, el ministerio de economía se encuentra trabajando en la creación de un modelo de empresas de capital riesgo para pyme, que pretende crear un canal de financiación alternativo para la banca (más desbancarización).

¡Qué pena que vuelva a perderse otra oportunidad! Ocasión para dejar que sean los propios mecanismos del mercado, bien entendido éste, los que pongan a cada entidad, banco, caja, fondo o como se llame, en su sitio. Como ocurre con el resto de compañías, de las empresas no financieras, y los emprendedores que aún identifican oportunidades de negocio, que lo único que piden del gobierno es “que les dejen hacer” (que no les pongan trabas en forma de normas y regulaciones), y será la competencia del mercado quien se encargue de premiar o castigar su buena o mala gestión. Eso es lo que llamaríamos desregulación real.