Publicado en el periódico El Economista el 2 de gosto de 2013.
No sólo por la tan esperada y comentada Ley de Emprendedores
que el Gobierno ha aprobado recientemente, sino por la proliferación en los
últimos meses del protagonismo de estos personajes y todo lo relacionado con
ellos, a todos los niveles, en todos los medios de comunicación, ha surgido
también la cuestión de si no estaremos creando una burbuja de emprendimiento.
En mi opinión es que sí, que tenemos una burbuja, aunque matizo a continuación.
Parece que la solución a todos los males que nos afectan es
fomentar el emprendimiento. Y estoy de acuerdo con que parte de la salida
puede, debe, ser esa. Pero estábamos llegando a unos niveles de incluso fomentar
el autoempleo, es decir, que cada persona que se encontrara sin trabajo, creara
una actividad que le proporcionara los recursos necesarios para su
supervivencia. Desde luego eso reduciría la escandalosa cifra de desempleo en
nuestro país, así como la indignante tasa de los jóvenes, amén de otras
repercusiones beneficiosas para las arcas públicas, tan necesitadas. Pero esa
no es la vía: primero, porque cuando uno emprende una aventura empresarial por
el motivo de necesidad, la calidad de ese emprendimiento no suele ser muy
elevada, lo que se traduce en una alta mortandad por parte de los negocios así
creados, esto es que desaparecen muchas si no todas de las organizaciones
generadas. No en vano suele tratarse de individuos menos formados, con puesta
en marcha demasiado rápida de ideas poco contrastadas con el mercado y que, por
tanto, la única seguridad es que pronto desaparecerán.
Segundo, no es lo que necesita España, o más concretamente,
el tejido empresarial español. Es verdad que las empresas pequeñas pueden
existir, como es lógico, pero sólo si se trata de especialistas de nicho, de
líderes en su segmento.
En los últimos meses, las pocas noticias económicas
positivas que se conocen son las cifras de comercio exterior. Las exportaciones
crecen, la competitividad exterior de las empresas españolas aumenta, el grado
de internacionalización de nuestras corporaciones se incrementa. Y ahí está la
cuestión, en las corporaciones, de un tamaño razonable, y no en las
microempresas (autoempleo).
Una característica diferenciadora de nuestro tejido
empresarial respecto al de otras economías de nuestro entorno es el elevado 95,5%
de microempresas (Retrato de las pyme 2013. Subdirección General de Apoyo a la pyme).
Consecuencia: la aventura exterior para las empresas pequeñas es muy
complicada, a pesar de las bondades y flexibilidad que puedan aportar Internet
o las nuevas tecnologías en general a este proceso.
Lo que necesita España es tener un tejido empresarial más
concentrado, tener menos pymes y más compañías grandes, con capacidad de
dirigirse al mercado global. Lo que debe hacer el gobierno es no sólo fomentar
el emprendimiento (siempre seré un defensor de estas medidas), sino ayudar a
que las empresas busquen complementariedades y sinergias, que se posicionen en
el desarrollo de nuevos productos y servicios, que den entrada en sus
organizaciones a las nuevas tecnologías. Necesitamos innovación. Y también
innovadores, intraemprendedores, o emprendedores internos en las compañías.
Lo
que necesitamos son emprendedores, pero también empresarios. Esta distinción
que sólo se aplica en al ámbito académico para distinguir a las empresas en
estados iniciales (y, por cierto, qué diferentes connotaciones tienen ambas para
otras personas, muy positiva una y tan negativa otra), me sirve para abundar en
la idea que he pretendido señalar: no necesitamos emprender por emprender, sino
crecer para competir globalmente.
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